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El Partido Colorado

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En este año de celebraciones, cada uno de los partidos fundacionales se repliega sobre sí mismo para reencontrar esencias, evocar historias y mirar hacia el futuro.

En este año de celebraciones, cada uno de los partidos fundacionales se repliega sobre sí mismo para reencontrar esencias, evocar historias y mirar hacia el futuro.

Nuestro Partido Colorado no está en un buen momento político y por ello, más que nunca, ha de encontrar en sus grandes causas las fortalezas ideológicas y espirituales para retemplar el ánimo y recuperar sus opciones de gobierno.

Ante todo, el Partido Colorado es el reformismo social. Ello lo distanció del socialismo, en tiempos de José Batlle y Ordóñez, por rechazar la lucha de clases como motor de la historia y aún más la revolución proletaria de Lenin. Esa misma distancia le enfrentó, en los tiempos contemporáneos, a la guerrilla que en los años 60 intentó una revolución armada y arrastró el país a la violencia. Realizó, sin embargo, la más profunda transformación social de nuestra República, mediante la legislación humanitaria que abrió el siglo XX (abolición de la pena de muerte, leyes de divorcio, investigación de paternidad, etc.) y las normas constructoras del sistema de seguridad social y protección al trabajador (ley de 8 horas, seguro de accidentes de trabajo, etc.).

Ese reformismo social, que sin disparar un tiro hizo del Uruguay el país con más desarrollo social de América Latina, excepcional para su tiempo, sigue siendo nuestra fuente de inspiración. Es este espíritu el que está, por ejemplo, detrás de creación de los Centros CAIF hasta una treintena de años o de la reforma educativa de 1995, que abrió el camino a las escuelas de tiempo completo, los bachilleratos tecnológicos y -entre tantas otras cosas- los centros de formación docente en todo el país.

Así se construyó la clase media, que amalgamó la vieja sociedad hispano-criolla con el aluvión inmigratorio que formó su ciudadanía en los bancos de la escuela laica, gratuita y obligatoria de José Pedro Varela y en los liceos departamentales que Don Pepe esparció por todo el interior. Ellos serán la base de una república laica, que respetó todos los cultos y creencias, pero preservó en las aulas la neutralidad de un Estado que no sostiene religión alguna, como dice la Constitución.

Ese reformismo social se asienta, naturalmente, en la libertad política y las instituciones fundamentales de una democracia. Ellas nacen con la República misma, desde la Constitución de 1830 y la primera presidencia de Fructuoso Rivera, en que se configura la independencia nacional y se establecen las primeras libertades, como la de la prensa, por ejemplo. Será esa una larga construcción en que el Partido Colorado estará siempre en la vanguardia, procurando domar el poder y superar un caudillismo ya fuera de tiempo. La sola propuesta de Don Pepe de instaurar un gobierno colegiado, muy discutible en su eficacia, es sin embargo la cabal demostración de esa búsqueda de desarrollo cívico.

Un líder hegemónico luego de su victoria en la guerra de 1904, no buscó entronizarse sino, por el contrario, crear instituciones que despersonalizaran la conducción del Estado. Por eso fue el primero en sostener la representación proporcional, coincidió con el Partido Nacional en el voto secreto y lo aseguró desde el gobierno. No se quedó en el discurso. Lo hizo efectivo desde el gobierno.

Esa enorme construcción se hizo desde el Estado. Ese compromiso moldeó la psicología y la ética del Partido, así como este moldeó a su vez el Uruguay que llega hasta nuestros días. En la distinción clásica de Max Weber entre la ética de la convicción, propia del intelectual (hago lo que me dicten mis creencias y me desligo de las consecuencias) y la de la responsabilidad, propia del político (aplico mis principios pero asumiendo la consecuencias sociales de mis opciones), el Partido Colorado es radicalmente esta última. Siempre asumió la responsabilidad de la integridad del Estado democrático, cualesquiera fueran las circunstancias. En 1820, cuando es derrotado el artiguismo por la fuerza portuguesa, el líder se aleja hacia Paraguay; Rivera, que era quien estaba solitariamente a su lado (otros oficiales estaban presos en Brasil y otros habían abandonado tempranamente a Artigas), se distancia, pacta con el vencedor, logra mantener una fuerza oriental armada, preserva a los poseedores de tierras de la expoliación invasiva y así es que, cinco años después, es la pieza sustantiva de la independencia. Hizo lo que había que hacer para salvar lo que quedaba del embrión nacional. Y así será a lo largo de los tiempos, hasta la crisis de 2002, en que el Partido Colorado, en la presidencia el Dr. Jorge Batlle, supera una tremenda crisis y entrega el poder, en 2005, con el país en plena recuperación. Lo pagó caro políticamente, pero hoy nadie niega que evitar el default, como no lo hizo en cambio la Argentina, salvó al país de una prolongada crisis.

A este somero bosquejo racional hemos de añadirle la sustancia emocional que representan el Gobierno de la Defensa, encerrado en Montevideo, resistiendo a la tiranía rosista bajo la conducción de Joaquín Suárez, el que entregó su fortuna al Estado y no “llevó cuentas a su madre”; la cruzada formidable de Don Pepe modernizando al país hasta con sabios extranjeros que enriquecieron nuestro desarrollo; el sacrificio heroico de Baltasar Brum o la batalla de Luis Batlle, luchando por la República Española, la causa de los Aliados, la del pueblo judío, enfrentando el proteccionismo norteamericano para industrializarnos y a Perón para preservar las libertades.

Hemos sido un partido universalista, que defendió desde don Pepe, la solución pacífica de toda controversia, pero que no transó con Franco, ni con Stroessner, ni con Mussolini, ni con Hitler. Por eso hoy seguimos enfrente de los arrebatos totalitarios que todavía afloran en nuestra América.

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Julio María Sanguinetti

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