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18 de Julio

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Julio María Sanguinetti
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El jueves pasado, en la Casa del Partido Colorado, a iniciativa de un grupo juvenil batllista, se realizó una interesante reunión en la cual el Intendente de Montevideo, Ing. Daniel Martínez, presentó su plan de remodelación de la avenida 18 de Julio. Fue una polémica pero fructífera reunión republicana en que, a la vez de escuchar, tuvimos la oportunidad de expresar nuestra opinión crítica a esta iniciativa.

Ante todo, pensamos que ese reordenamiento drástico de la principal avenida no es una prioridad de nuestra ciudad. Hay barrios enteros en la periferia de Montevideo que adolecen de pavimentos adecuados, junto a asentamientos que piden a gritos una inversión humanitaria; en términos generales, el estado de las calles es altamente deficitario; el transporte adolece de innúmeros males, la basura dista de haber completado su proceso de reacomodamiento y así podríamos seguir.

En cuanto al proyecto en sí, no tiende a resolver ningún problema y da la impresión de que puede, en cambio, crear otros más graves. La primera razón que se alega es democratizar el tránsito peatonal y ampliar las veredas para permitir más espacio. No se advierte que la gente tenga dificultades para recorrer la avenida; no percibimos ningún reclamo democrático, cuando transitan por allí, en multiforme presencia, ciudadanos de toda condición social. Lo que sí se debería hacer es quitar todo el ambulantismo que habilitó en su tiempo la Intendencia y que no solo resta espacio al peatón, sino que degrada estéticamente la avenida y compite deslealmente con el comercio.

Ampliar las veredas no resuelve nada y generará, en cambio, un embotellamiento de tránsito inimaginable. El señor Juan Salgado, presidente de Cutcsa, afirma que las paradas se congestionarán al transitar los ómnibus por un solo carril, como un convoy. Las calles paralelas a su vez, desde Durazno hasta Cerro Largo, quedarán colapsadas por un tránsito atiborrado.

El odio al automóvil ha pasado a ser una obsesión de los alcaldes socialistas, desde París a Barcelona y ahora en Montevideo. Así como el tabaco es "de derecha" y la marihuana "de izquierda", ahora la bicicleta es "progresista" y el automóvil —que se democratiza rápidamente— "reaccionario". Que hay que resolver su saturación, no hay duda, pero no es cercenándole espacios sino, por el contrario, ofreciéndole mejores oportunidades a partir de una ampliación sustantiva de los estacionamientos. Imaginarse que la gente se bajará de los automóviles para tomar una bicicleta es algo tan utópico como ya lo debiera advertir el Intendente, que según las encuestas parece tener muchos seguidores pero no en sus desiertas ciclovías. No imaginamos a los bancarios y a la gente que se mueve en la City financiera montevideana, yendo a su trabajo en bicicleta. Bien están las ciclovías en zonas de esparcimiento, pero no en una 18 de Julio que es y será un gran espacio comercial. ¿Hay tantos valientes para circular en dos ruedas, en medio de ómnibus y taxis a sus costados, que a su vez deberán darle tiempo y espacio para que puedan salir de ese pequeño cerco y luego subir y bajar en las empinadas cuestas que se derraman a un lado y otro de la cuchilla en que se emplaza la avenida?

El Intendente invoca a un técnico dinamarqués que, como ciudadano de una ciudad medieval como Copenhague, responde a otra historia y otro trazado. Esas ciudades tienen centros históricos, llenos de recovecos, curvas y arbitrarios desarrollos que imponen la bicicleta (sustituto del noble caballo). En nuestro caso, ese entorno, aunque en un drástico damero español, se debe buscar en la Ciudad Vieja, donde la peatonalización se impuso con éxito. En el Centro, que es y será vía comercial, nada tiene que ver.

No hay duda de que la avenida 18 de Julio merece un mejor trato. Quitar tenderetes y sustituirlos por flores. Seguir desalojando marquesinas pero estableciendo un vigoroso plan de facilidades (exoneraciones y créditos) para restaurar las fachadas vetustas de construcciones envejecidas y de algunos íconos de la arquitectura moderna (el Palacio Lapido, por ejemplo) que merecen un rápido tratamiento. Imponer que todo edificio nuevo o viejo reciclado se adapte a concepciones de espacio más abiertas y amables. Terminar (como debiera hacerse también en las playas y la rambla) con una abusiva cartelería comercial de baja calidad. Valorizar valores estéticos como la maravilla de la copia del David de Miguel Ángel, hoy desvanecido en una explanada municipal sin gracia. Instalar un equipamiento urbano atractivo. Reponer los árboles arrancados. Ir preparándose para progresivamente avanzar en la presencia de vehículos eléctricos (hoy caros, pero que son el futuro y la más efectiva barrera contra la polución). Por esos caminos se puede ya avanzar para mejorar 18 de Julio.

El Intendente se dice, en buena hora, abierto a opiniones y cambios. Debiera escuchar las críticas, como no lo hicieron sus antecesores, invirtiendo fondos enormes —de financiación internacional— en los fracasados corredores Garzón y General Flores. Sería bueno —hasta por instinto de conservación— que repensara estas ocurrencias que pueden ser su Waterloo.

Si la guerra, como se ha dicho, es demasiado compleja para dejársela a los militares, el urbanismo también lo es para librársela solo a los arquitectos. A los efectos, en ocasiones, un chofer de ómnibus puede ser más útil.

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