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Mañana por al noche, si todo funciona normalmente, se sabrá por fin quién será el próximo Presidente de los argentinos. Por ahora hay una única certeza. Se trata de una elección mucho más reñida de lo que se pensaba unos meses atrás.

Mañana por al noche, si todo funciona normalmente, se sabrá por fin quién será el próximo Presidente de los argentinos. Por ahora hay una única certeza. Se trata de una elección mucho más reñida de lo que se pensaba unos meses atrás.

Si tenemos en cuenta el extendido fatalismo que reina sobre la vecina orilla, el que supone que solo el peronismo puede conducir el país, llámese Partido Justicialista, Kirchnerismo o Cristinismo (la viuda ganó con el 54% la vez anterior), la reñida pelea actual, responsable de que por primera vez se vaya al balotaje, ha avivado singularmente el interés por los resultados. Más allá de que ahora las encuestadoras, por más descrédito que hayan sabido cosechar, inclinen la balanza claramente a favor de Mauricio Macri.

Donde quiera que uno esté, con cualquiera que uno hable, se percibe un involucramiento de la gente mucho más agudo. El espíritu cívico se ha robustecido felizmente, puesto que de eso se nutre la democracia. Variante que ya se notó en la primera vuelta de octubre pasado, en que la cantidad de gente que acudió a las urnas fue muy superior a la de otras oportunidades. Tanto la flama que inspira a los seguidores de Mauricio Macri, como los justificados temores de trampas y fraudes, hicieron que el PRO contara no sólo con un abundante número de fiscales de mesa, sino con varios cientos más de los necesarios para controlar las urnas y contar los votos. Mucha gente que ni siquiera estaba afiliada a dicho partido se ofreció a participar activamente, haciendo de contrapeso a las ingentes sumas de dinero con las que el oficialismo logra su alto reclutamiento. Fue la manera de impedir que se repitieran los lamentables episodios que agitaron los comicios en Tucumán, con urnas quemadas y montones de boletas tiradas en las cunetas.

También fue un rasgo sintomático de la avidez existente, el alto rating y la vasta atención que despertó el debate en televisión entre los dos candidatos. Una experiencia cuasi inédita, porque allí tal como aquí, los que van primero se niegan a debatir, a pesar de tratarse de una etapa importante del proceso eleccionario y de afianzamiento del sistema democrático, por ser una valiosa demostración de respeto hacia el ciudadano elector.

Durante el mentado debate, el latiguillo utilizado por Daniel Scioli para asustar al electorado con las malas consecuencias que traería Mauricio Macri como Presidente fue el ajuste que se vendría, la devaluación y la eliminación de los subsidios. No quiso Scioli darse por enterado de que en la ley de Presupuesto 2016, enviada por el Gobierno del que forma parte, y aprobada recientemente en el Congreso, ya figura una baja de los subsidios. En el sector energético la reducción representa un 15,7%, y puede ser mayor si, como se prevé, la Administración K refuerza de aquí a fin de año la partida para estos subsidios. También se recorta el financiamiento del programa Hogares con Garrafa que recibirá un 32% menos que en la actualidad, así como las transferencias a Cammesa, la encargada de las compras de combustible para las centrales térmicas, y también verá recortados los aportes del tesoro público la deficitaria Aerolíneas Argentinas.

¡Y qué se puede decir del Banco Central de Argentina que acaba de ser allanado por orden del juez Bonadío! Sucedió tras la denuncia presentada por Federico Pinedo, del PRO, y Mario Negri de la UCR. El fiscal solicitó la imputación de su titular Alejandro Vanoli, quien ya dejó de decir que no piensa renunciar, obligado a cambiar de postura ante los hechos. No sólo han estado vendiendo dólares a futuro que no tienen, sino que al momento de hacer frente a los pagos a 10,65 de acuerdo al contrato, con la suba del dólar encima de la cotización oficial, la institución tendrá una gran pérdida.

Cualquiera sea el nuevo gobierno, la verdad es que aunque Scioli le haya cargado las tintas a Macri sin vergüenza alguna para crear miedo alrededor de su candidatura, el triunfador deberá hacer correcciones para enderezar los grandes desequilibrios macroeconómicos de la era cristinista. Déficit fiscal, déficit de la balanza de pagos, distorsión de los precios relativos, de las tarifas energéticas, el tipo de cambio, el cepo, la falta de dólares para importar, los impuestos a las exportaciones, la presión inflacionaria, la falta de financiamiento externo, las deudas con los fondos buitres, y un largo etcétera.

Pero en política, como en el amor, nunca se sabe. En el año 2003, las encuestas apostaban a Ricardo López Murphy como posible ganador en la contienda contra Carlos Menem y Néstor Kirchner, con buenas chances en la segunda vuelta según decían las encuestas. Sin embargo, al final salió en el tercer lugar. Menem se borró y Kirchner, con el 22.4%, se convirtió en Presidente. Nunca quedó claro por qué, si el riojano se bajó de la contienda, no se hizo el balotaje entre los otros dos candidatos.

Otra curiosidad en estas elecciones, es que Macri no es el único enemigo que tiene Daniel Scioli. Tras su nuca se siente el aliento de dos adversarios de su propia entorno peronista: Cristina, si logra evadir a la justicia, y Massa. Ambos pretenden ser los futuros líderes del peronismo.

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Julia Rodríguez Larreta

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