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¿Sí pero no?

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Es una leyenda urbana, o quizás sea cierto, que en los computadores personales existen determinados comandos que pueden llegar a destruir el disco duro o algún otro componente vital del sistema. Algo parecido sucede con la mente humana. Un ejemplo clásico es el de una frase del presidente mexicano Luis Echevarría Álvarez (1970-1976). Como resultado de sus desastrosas políticas económicas, Echeverría se vio obligado realizar una fuerte devaluación del peso mexicano. En su discurso para explicar la decisión a los alarmados ciudadanos, afirmó que la medida “ni nos beneficia ni nos perjudica sino todo lo contrario”. Algunos opinarán que la frase fue un producto espontáneo, digno del pensamiento anárquico de ese gran compatriota suyo, Cantinflas. Sin embargo, por el contrario, sospecho que fue un acto de astucia maquiavélica. La frase tuvo un efecto mágico. Dejó al pueblo pasmado. Los circuitos mentales de los ciudadanos se pusieron al rojo vivo y entraron en cortocircuito, el chip de sus cerebros se quemó y el RAM destruyó al ROM. La opinión pública quedó paralizada por meses, en un vano intento de comprender algo que, en realidad, no tenía sentido.

En nuestro país también tenemos la dicha de contar con cultores del antiguo arte político de la ofuscación. En las tres acepciones del término: “deslumbrar, turbar la vista”, “oscurecer y hacer sombra”, o “trastornar, conturbar o confundir las ideas, alucinar”. Incluyendo alguno que ha logrado un reconocimiento mundial gracias a la oscuridad de su discurso (que no es lo mismo que su pensamiento, algo muy diferente).

Pero ningún récord es para siempre. La mente humana continuamente se supera en su fertilidad. La reciente declaración del presidente de la Generalitat en el Parlamento de Cataluña superó lo de Echeverría y aún podría competir, sin ninguna dificultad, con las ofuscaciones de nuestros compatriotas.

Para concentrarnos en el punto crítico. Puigdemont dijo (en lengua catalana): “Asumo el mandato del pueblo de que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república” y, acto seguido, añadió, “Propongo que el Parlament suspenda los efectos de la declaración de independencia para que en las próximas semanas emprendamos el diálogo”.

¿Cómo interpretar estas dos afirmaciones?

Por una parte se sostiene que, dado el resultado del referéndum (dejando de lado la muy dudosa legalidad y legitimidad de esta consulta popular), el presidente de la Generalitat “asume un mandato”. Pero, una cosa es asumir un mandato y otra muy diferente ejercerlo.

Luego, se propone al Parlament que suspenda los efectos de una declaración de independencia. O sea que no propuso suspender la independencia en sí misma, sino sus efectos.

¿Pero cuándo se declaró la independencia? Parecería que este es un acto de tanta trascendencia que debería ser muy claro e inequívoco.

Esos malabarismos semánticos, leguleyerías y ofuscaciones, son inaceptables en la grave situación que enfrentan Cataluña, España y la Unión Europea.

Tuvo razón el Presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, cuando, con sólida lógica gallega, le exigió a Puigdemont que confirmara formalmente si declaró, o no, la independencia de Cataluña. Bajo apercibimiento.

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