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Los tiempos que vienen

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Sergio Abreu

La visión de la sociedad que se quiere no puede plantearse como una utopía inalcanzable, pero mucho menos puede dar lugar a una expresión de resignación ante las actuales dificultades que acentúan la vulnerabilidad y la asimetría de muchos países.

La crisis mundial ha determinado correcciones y ajustes a la política económica que, a pesar de su puntualidad, no permiten dar certeza a las proyecciones de la economía de los años 2009 y 2010. Ni siquiera los programas de gobierno que se escriben en todos los años electorales están en condiciones de ser creíbles. Las respuestas que se requerirán son tan dinámicas como la realidad, de modo que sólo nos podremos manejar con muy pocas proyecciones y con un gran signo de interrogación sobre qué país tendremos a partir del 1º de marzo de 2010.

Sin embargo, el diseño y la planificación de las futuras políticas deben incorporar las incertidumbres que surgen del cambio abrupto del escenario global y de las que seguramente se producirán en el ámbito regional y nacional en corto plazo.

El índice de inflación, la gestión de la deuda pública, el tipo de cambio, la presión tributaria y, obviamente, el déficit fiscal comienzan a ser objeto de gran preocupación. Durante este año pasaremos de una tasa de crecimiento del 10% o más, a una cercana al 0% y a un nivel de inflación que llegando a los dos dígitos disparará ajustes semestrales en los salarios y en las pasividades, a partir del año 2010. Mientras tanto, la difícil relación entre tipo de cambio e inflación ha terminado por elegir al desempleo como la variable de ajuste para implementar el aumento de los salarios públicos.

Como sucede con las bajantes, las rocas comienzan a verse con mayor nitidez. Durante este año, nos enfrentaremos a problemas disimulados hasta ahora por la favorable coyuntura externa que benefició al país. A medida que la crisis se va instalando, el sector privado, particularmente el exportador comenzará a sufrir los efectos de una carga tributaria asfixiante, costos, tarifas y salarios en aumento que afectarán su competitividad y la actividad económica del país. A ello debe agregarse el déficit en inversión en infraestructura física, asociado a la resistencia de las empresas del Estado, en especial, las que disfrutan de un privilegio monopólico, que se resisten a reconocer los beneficios de la asociación con privados o el régimen de concesión en el marco de las políticas públicas.

En este escenario y a nivel macroeconómico, el déficit fiscal global estará cerca del 2%, mucho más de lo previsto por el Gobierno; de modo que, el otro gran desafío que tendrá la próxima Administración consistirá en administrar un gasto público rígido con ingresos menguados por la crisis, y fundamentalmente, agravada esta situación por la ausencia de una política contracíclica que ignoró las advertencias que históricamente dejan los inexorables altibajos de los ciclos económicos.

También hay aspectos estructurales que aparecen como las rocas más altas, ya que las reformas que se impulsaron -en especial la educativa- evitaron enfrentar los reales problemas de fondo; fundamentalmente, en lo que hace a la relación del crecimiento, educación y empleo, en la medida en que el mercado laboral muestra claramente que hay un desempleo estructural que se relaciona con la ausencia de recursos humanos capacitados para atender la demanda de una economía moderna. Lamentablemente, en su lugar se han atendido los reclamos de un sector sindical que avanzó en sus espacios de poder y que amenaza con desatar mayores conflictos si la próxima Administración no es de su simpatía. La ocupación de los lugares de trabajo como extensión del derecho de huelga, la ley de tercerizaciones y otras normas han sido temas de una alta sensibilidad manejados con criterio de clientelismo político.

Lo cierto es que, los próximos años pondrán también al descubierto los perjuicios que el país ha sufrido en su imagen y en sus intereses por la ausencia de definición en su política de inserción externa. La crisis global instalada en nuestras economías vecinas de Argentina y Brasil, acentuará nuestra vulnerabilidad y nos enfrentará a la necesidad de tomar decisiones respecto del modelo de integración que al país le conviene.

Este año 2009, va a ser muy exigente en el tipo de liderazgo que se debe asumir. Y éste dependerá de la forma en que se plantee un proyecto de país moderno, que no siga postergando el abordaje de aspectos de fondo que hacen a nuestra vulnerabilidad y condicionan nuestra capacidad de respuesta. Los tiempos que vienen exigirán equipos humanos profesionales y coherentes capaces de asumir los costos políticos que hasta ahora se han tratado de evitar. Es el futuro el que nos empuja y no el pasado. Y si nuestra tarea se reduce a mirar el país por el espejo retrovisor de nuestras pasiones, los próximos años serán más penosos, mucho más por nuestro aporte que por las crisis y los problemas que importamos desde afuera.

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