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No hablan lo suficiente

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Juan Martín Posadas
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El domingo pasado me referí a la falsedad de la afirmación de que la oposición no hace nada.

Hoy voy a complementar el análisis sosteniendo que lo que pasa es que la oposición hace mucho pero habla poco: tiene un discurso insuficiente. Agrego que me voy a referir al Partido Nacional, quien es hoy el espinazo de la oposición.

El discurso del Partido Nacional es insuficiente y eso genera un problema porque la política, en gran medida, es discurso, es poner en palabras una visión de país y explicaciones de la coyuntura. No es que el Partido esté callado: todos los días y a propósito de los más variados acontecimientos se oyen declaraciones de algún senador, diputado o dirigente, tanto en los medios como en las redes. Pero es un discurso al menudeo, un comentario minorista sobre cada problema de país o del momento. Falta el discurso global, una interpretación general del Uruguay en este inicio de siglo y la propuesta correspondiente.

Ese discurso se irá configurando no con lo que proponga yo o alguien como yo, sin mando político, sino cuando tenga el respaldo (o la certificación de origen) en alguna de las figuras partidarias que ha llegado a la posición en que su opinión es la del Partido (y el Partido está en condición de ganar el gobierno). Porque el discurso que todavía falta es no solo un discurso abarcativo (mayorista) sino un discurso para gobernar.

Ese discurso —necesario y esperado— tendrá que ser general pero no de generalidades, por la sencilla razón de que envuelve un compromiso a la vez que señala una tarea. Tiene que incluir lo obvio: que el primer objetivo es derrotar al FA, no solo electoralmente sino culturalmente (pero primero electoralmente). Discurso que habrá de tener como eje —también general— que el Uruguay ha estado conducido en los últimos tiempos por un elenco de actores políticos y una mentalidad deliberadamente excluyente (nosotros los buenos, ustedes los malos, nosotros con el pueblo, ustedes en contra) que, además, ha colonizado todos los puestos jerárquicos del gobierno que ha podido, con un designio de ocupación y sometimiento más que de servicio, con un sesgo antiliberal y antirrepublicano, pegado todavía a la nostalgia de un sueño revolucionario fracasado y pretérito. Ese elenco, que domina sin escrúpulos ni miramientos a más de la mitad del FA, ha ahogado al país (y a su propio Partido): su sustitución es primordial.

Esa sustitución —ha de proseguir el discurso— impone varias cosas que serán los capítulos del discurso-programa. Imagino que un capítulo será la reforma del estado, prometida por Vázquez y Mujica como la madre de todas las reformas pero de imposible cumplimiento por cualquiera de los dos a causa de sus compromisos electorales con la mencionada facción conservadora del Frente. Esta reforma no quiere decir privatización de las empresas públicas sino: a) suprimir la burocracia inútil, aquellos cargos públicos creados para colocar correligionarios (como comisarios políticos o en retribución de servicios); b) sustituir la mentalidad asistencialista (y las mil organizaciones y oficinas creadas ad hoc) por condiciones laborales que permitan el ascenso social meritorio; c) sustraer la educación de las manos y los criterios que la han llevado a la actual ruina para que vuelva a cumplir su función igualadora. Estas son ideas mías: el discurso necesario tendrá las que le confiera el liderazgo mayor.

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