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La ilusión de la inclusión

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En la última década nuestro país incrementó su nivel de ingresos pero no accedió a un nivel más alto de desarrollo. Para lograr un mayor nivel de ingreso lo importante es que los precios de los productos que exportamos sean elevados.

En la última década nuestro país incrementó su nivel de ingresos pero no accedió a un nivel más alto de desarrollo. Para lograr un mayor nivel de ingreso lo importante es que los precios de los productos que exportamos sean elevados.

Para alcanzar un mayor nivel de desarrollo es necesario adquirir la capacidad de producir bienes y servicios competitivos con mayor contenido de conocimiento y tecnología. Existe un consenso internacional en que el desarrollo de los países depende directamente (aunque no únicamente) de su capital de conocimiento. Aumentar el capital de conocimiento significa formar más personas con mayor educación.

Cuanta mayor proporción de la población de un país tenga un alto nivel educativo, mayores son sus posibilidades de generar innovaciones, promover emprendimientos, facilitar la creación de empresas sofisticadas y competitivas, y atraer inversiones que incorporen talento y tecnología al país. Recíprocamente, cuanto mayor la proporción de la población de un país con bajo nivel educativo, menores son sus posibilidades de desarrollo.

El capital de conocimiento no es un concepto abstracto. En los últimos días una encuesta a empresarios e inversores señaló las dificultades y en muchos casos la imposibilidad de lanzar proyectos sofisticados en nuestro país debido a la carencia de suficientes técnicos y profesionales de alta especialización. La experiencia internacional indica que un país no puede desarrollarse en el siglo XXI sin una población con alto nivel educativo y para esto es necesario un sistema educativo accesible, relevante (en el sentido de que brinde los conocimientos necesarios para una sociedad moderna) y de alta calidad (es decir que asegure altos niveles de aprendizaje).

Hace ya varios años que los uruguayos reconocemos que nuestro sistema educativo tiene graves carencias. Nuestra sociedad está haciendo un esfuerzo a través de importantes incrementos de recursos públicos para mejorarlo, hasta ahora con resultados insuficientes. Parte de la explicación sobre el fracaso en mejorar nuestro sistema educativo a pesar de los incrementos en inversiones y gastos, es que existe una confusión estratégica entre cantidad y calidad de educación. La mayor parte de los programas de reforma educativa apuntaron a incrementar la cantidad de educación, es decir a que más personas cursen más años adentro del sistema educativo. Pero la evidencia internacional demuestra que la condición indispensable para el desarrollo no es la cantidad sino la calidad de la educación. Incrementar la cantidad de personas que cursan la secundaria básica (la reforma anunciada por el nuevo gobierno) no será de gran ayuda para esos jóvenes ni para la sociedad en general si su nivel de aprendizaje continúa siendo insuficiente.

Actualmente solo un poco más de un tercio de los jóvenes uruguayos logran culminar el bachillerato. Esa proporción es notoriamente insuficiente como base para el desarrollo del país. Pero aún más grave es que de acuerdo a las pruebas nacionales y regionales más de la mitad de los estudiantes no alcanzan el nivel mínimo que internacionalmente se define como indispensable para participar productivamente en economías modernas. Esto quiere decir que menos del 20 por ciento de los jóvenes uruguayos culminan el bachillerato con los conocimientos mínimos indispensables para trabajar en una sociedad moderna. El resto no culmina el bachillerato o si lo culmina, lo hace sin haber adquirido los conocimientos que necesita para realizar una carrera universitaria con éxito. Como referencia, en Corea del Sur o Singapur, países que hace unas décadas eran más pobres que Uruguay, más del 80% de los jóvenes culminan el bachillerato superando esos conocimientos mínimos. Es importante señalar que este nivel mínimo no es muy avanzado, solo permite resolver los problemas de rutina de una economía moderna. Los niveles de aprendizaje necesarios para realizar con éxito estudios universitarios y de postgrado son por supuesto mucho mayores y los resultados de nuestro país en esos niveles más altos son aún peores. En las comparaciones internacionales Uruguay está a nivel de Líbano o Malasia, debajo de Bulgaria y Rumania y muy por debajo de Vietnam o Ucrania (sin mencionar los países desarrollados).

Frente a estos resultados insuficientes de culminación y de aprendizaje, los responsables políticos y educativos han brindado como explicación, la inclusión. Es decir que las bajas tasas de culminación de bachillerato y los aún más bajos niveles de aprendizaje serían el costo inevitable de haber incluido en el sistema educativo muchos más estudiantes que en el pasado y de orígenes socioculturales más diversos. Hay varios problemas con esta explicación. El primero es que no es cierta. La experiencia internacional muestra que es factible aumentar la inclusión sin deteriorar la calidad. Países como Taiwán, Corea del Sur o Finlandia entre muchos otros han alcanzado tasas de graduación de bachillerato casi universales y al mismo tiempo muy elevados niveles de aprendizaje.

El segundo problema con esta explicación es que es moralmente incoherente. La inclusión solo es genuina si el estudiante aprende. Equiparar inclusión a que el estudiante asista al liceo, es engañarlo y engañarnos a nosotros mismos. Solo deberíamos usar el término inclusión para un sistema que permite al estudiante culminar los ciclos educativos correspondientes y especialmente aprender lo que necesita en una sociedad moderna. Un país sin inclusión es elitista pero una inclusión sin aprendizaje es meramente efectista. El concepto sencillo pero profundo y de gran trascendencia para los ciudadanos es que asistir al liceo no es lo mismo que aprender. Nuestra responsabilidad y nuestro interés estratégico como sociedad es que los ciudadanos adquieran las habilidades cognitivas para trabajar en la sociedad del conocimiento y para que nuestro país pueda aspirar a un modelo de desarrollo más alto y sostenible.

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Jorge Grünberg

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