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Los frenos al crecimiento

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Joaquín Secco García
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Este siglo comenzó mal. Nos arrastró la oscura crisis de 2002 que en realidad había comenzado con varios años de anticipación y notorios preanuncios que nadie tomó en serio.

Nuestros gobernantes tampoco en aquella oportunidad estuvieron en el grupo de los más despiertos y se demoraron en entender que todo había cambiado. Se continuó aumentando el gasto, la inflación y el endeudamiento. Nunca se había aprendido de las historias que cíclicamente se repetían.

Afortunadamente, la coyuntura internacional hizo posible que la recuperación se iniciara muy temprano y muy aceleradamente a partir de 2003. Internamente, se reconoció el liderazgo de las agroindustrias, la diversificación productiva, con tecnificación y la multiplicación de empresarios e inversiones extranjeras todo lo cual permitió acelerar la reactivación. En ancas de un mercado mundial que despertaba del largo letargo proteccionista y ofrecía una apertura que a pocos beneficiaría tanto como a los productores competitivos de alimentos.

También fueron los inversores extranjeros quienes se beneficiaron con los bajos precios de compra de los principales activos productivos. Compraron las tierras a la mitad del valor, pero además, por su experiencia, estuvieron a la vanguardia en el desarrollo de capacidades humanas, en innovación de tecnología, en la capacidad de gestión empresarial, en logística, almacenaje, etc. Tuvieron rentabilidad de punta en comparación con los mejores del mundo junto a costos de activos y servicios del tercer mundo. Un negocio parecido al que en la actualidad negocia UPM.

En los años siguientes se fue dando un ajuste gradual de la situación inicial de bajos costos, alta rentabilidad y predominio de participación de extranjeros a una situación de subas permanentes de precios y costos, mayor participación de productores nacionales y caída de precios de productos y de rentabilidad. Desde 2014 se manifiesta un estrangulamiento de precios y costos que termina por anular la rentabilidad agrícola. Los precios de venta de los productos no cayeron significativamente pero los costos se hicieron incompatibles con la rentabilidad que hacía viable la expansión de la producción.

Desde entonces se desaceleraron la producción y las exportaciones agropecuarias, obstaculizando la continuidad de un crecimiento sumamente promisorio para asegurar un motor de crecimiento de largo plazo. Una solución para poner una usina de crecimiento en todos los rincones del país, incluyendo los rincones olvidados sin servicios ni infraestructura. Aquellos que en los mejores años intentaron un despegue rápidamente abortado. Se optó por aplicar las energías al gasto público, a pagar déficit y a subir salarios por encima de la productividad. El resultado consistió en castigar la rentabilidad de los negocios competitivos para favorecer prioridades clientelísticas.

Las empresas argentinas más rentables y de mayor escala —lo cual contribuía a mayor eficiencia— vendieron y se fueron a Argentina, Brasil o Paraguay. Así como se entiende que una planta de celulosa para acceder a la competitividad global requiere una gran escala y se entiende que las empresas que vengan a invertir al país deben contar con esta ventaja, no se admite desde la política que las empresas agropecuarias deban contar con escalas que les permitan ubicarse en las franjas más competitivas. Son parte de los frenos que se ponen al crecimiento.

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