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La revolución olvidada

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Ignacio De Posadas
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Los ingleses festejan su Glorious Revolution, los americanos recuerdan con fervor patriótico el 4 de Julio, Francia celebra con unción la Revolución Francesa, los argentinos la de Mayo…. Todos los países festejan su revolución.

Bueno, todos no.

Se cumplen 100 años de la Revolución Rusa. Nadie la celebró. Nadie la recordó. Ni siquiera nuestro Partido Comunista (y no debe haber en este mundo algo más comunista que el PCU).

¿Porqué será?

Es que resultó un estrepitoso fracaso. Un sapo épico. La primera vez en la historia de la humanidad que un régimen, dotado de la suma del poder, sucumbe solo. No había bárbaros a sus puertas o ejércitos aliados invadiéndolo. Se derrumbó. Implosionó.

No sólo desapareció un imperio, gigantesco, transformado en ruinas en términos de semanas, sino que también desapareció lo que por décadas fue una ideología pujante, combativa, que cautivó (o, por lo menos, controló), la mitad del planeta, desafiando a sus enemigos o adversarios y suscitando en ellos verdadero temor. Durante medio siglo el mundo vivió la tensión de la Guerra Fría.

Hoy, los jóvenes ya no saben lo que fue la URSS y tampoco tienen mucha idea de lo que fue el comunismo.

No es sólo que haya sido opresivos y con frecuencia sangrientos: es que se evanesció.

¿Culpa de Marx? Un poco. Hijo del Iluminismo se creyó que de la mente (la suya) podía salir la creación perfecta que no solo explicara la realidad —de una manera "científica", irrefutable— sino que también la moldeara a lo que debería ser. Si la religión le pareció el opio de los pueblos, el marxismo fue como una suerte de poderosa heroína. Marx le erró feo con su teoría del valor, heredada de Ricardo y con esa falacia hizo enorme daño, envenenándole la sangre a mucha gente, que se creyó expoliada. También fantaseó con su determinismo histórico, heredado de Hegel y Fichte, entusiasmando, sobre todo a jóvenes, a lanzarse en aventuras violentas y frustráneas. Pero su pifia mayor estuvo en su antropología, su concepción del hombre: el "Materialismo científico", una suerte de ser humano tabulado.

Ahora, la cosa empeoró —y mucho— con Lenin. Marx era palabra santa. No se podía discutir su sistema, que era perfecto. Pero, claro, no lo era. Muy rápidamente, la realidad se equivocó. Marx había predicho que la revolución sólo podría ocurriría en los países capitalistas, basados en una estructura de producción autodestructiva y, para colmo, no contó cómo sería la cosa después del necesario triunfo de la revolución y la eliminación de las clases en lucha.

Eso obligó a Lenin, que la tenía muy complicada porque ya no era cuestión de discursos y panfletos, a explicar cómo, en realidad, lo ocurrido en Rusia era lo que Marx había predicho (y otro poco más: lo que nunca había mencionado). Tenía el tigre agarrado por la cola y había que evitar que los comiera a todos. Acordémonos de que los bolcheviques eran eso, una minoría. Ahí apareció el Partido como vanguardia del proletariado y el Estado totalitario como etapa necesaria y previa a la sociedad sin clases y a la economía sin opresiones.

Pues, si Lenin podía interpretar a Marx, ¿qué le iba impedir a Stalin interpretar a ambos? ¿Y quién iba a impedir los frutos de esas interpretaciones?

Así, los errores teóricos de base se fueron convirtiendo en horrores de vida. La soberbia voluntarista que creyó saber cómo era y cómo debía ser el ser humano, llevó a vaciarlo de contenido, hasta que, asfixiado por su falta de libertad, perdió sentido por la vida y no soportó más sobre sus hombros el andamiaje sin sentido de una utopía probadamente fracasada, triste, nihilista.

Ciegos por teorías, vacíos de valores, presa de las peores debilidades del ser humano, creyeron poder fabricar una suerte de androide, basado en una antropología absurda.

Hace casi un cuarto de siglo, San Juan Pablo II lo ponía en estos términos: "cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal, piensan también que pueden usar todos los medios, incluso la violencia o la mentira, para realizarla. La política se convierte entonces en una "religión secular", que cree ilusoriamente que puede construir el paraíso en este mundo." (Centesimus Annus).

¡Qué horrible fracaso!

¿Quién va a festejar tamaño desastre? Nadie, obviamente.

Pero tampoco sería buena cosa dejar que se olvide sin más.

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