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Mitos y mulas

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Esto de los Panama Papers ha deflagrado un verdadero bombardeo de platitudes, declaraciones truchas y otras variedades de moralina, acerca del pago de impuestos y lo horroroso que resultan las estratagemas (de otros) para tratar de zafarlos. Que tú no pagues “tus impuestos” está muy mal.

Esto de los Panama Papers ha deflagrado un verdadero bombardeo de platitudes, declaraciones truchas y otras variedades de moralina, acerca del pago de impuestos y lo horroroso que resultan las estratagemas (de otros) para tratar de zafarlos. Que tú no pagues “tus impuestos” está muy mal.

Buena oportunidad entonces para despejar algunas falacias y falsedades.

¿Pagar impuestos constituye una obligación? Jurídicamente, no pueden caber dudas.

Pero eso no equivale a sostener (o aceptar) que se puede imponer cualquier cosa o, mucho menos, que una vez impuesto algo, se puede perseguir y cobrar de cualquier forma, (cosa que se viene dando cada vez más; último caso: inspecciones a raíz de los Panama Papers, verdaderas expediciones de pesca, violatorias del secreto profesional, como lo ratificó el presidente de la Corte).

Tampoco implica que el deber de pagar impuestos sea una obligación absoluta y primaria, a la cual deban someterse todas las demás y todos los derechos.

Como sabemos, el derecho positivo y la moral no son espacios idénticos, ni necesariamente concéntricos.

Más allá de su imperium, el impuesto, como toda norma jurídica, debe tener un sentido que lo sustente. Que deban pagarse aún los impuestos absurdos e injustos no significa que no lo sean.

Con el sainete de los Papers se ha hablado y escrito harto acerca de la obligación que tienen los ricos (“ellos”) de contribuir a la sociedad con sus impuestos.

Todo bien. Pero el tema es que cada vez más los gobiernos y los Estados fastidian más a la sociedad, al tiempo de exprimirlos más y más con tributos. Por un lado, las cargas tributarias llegan a niveles excesivos de peso y de complejidad, (lo del “espacio fiscal” es otro verso), al tiempo que el retorno recibido por la sociedad en bienes y servicios es percibido cada vez como menos eficiente. Peor calidad de vida a mayores costos. Impuestos escandinavos que vuelven en servicios como nuestra educación, la recolección de basura, caminos y carreteras desechos, Ancap, Alas U… etc.

Ello no anula la obligación jurídica de pagar los impuestos, pero quita todo incentivo sustancial de hacerlo y, sí, justifica todo esfuerzo posible para eludirlos.

Otro mito es aquello de que los impuestos son un instrumento de justicia y distribución. Macanas. La evidencia económica empírica ha demostrado palmariamente que no tiene nada que ver. Es más, estamos pasando por una etapa en la cual crece la desigualdad -sobre todo en los países desarrollados- bajo las mayores cargas tributarias y las tasas más altas de la historia.

Emparentado con lo anterior está la máxima “religiosa”, de repetida expresión: “que paguen más los que tienen más”. Así de simple, así de fácil, así de popu y así es el riesgo de cuestionarla.

Pues bien, la realidad es bastante más compleja: ¿qué es “tener más”? ¿Más de qué? ¿Más que quién? ¿Más considerando o no las necesidades de cada uno? ¿Más considerando cómo llegó el que “tiene más” a tenerlo? ¿Más considerando o no, qué hace con lo que tiene?

“Que pague más…” ¿Más de cuánto? ¿Hasta cuándo? ¿Acaso ya no paga más? ¿Y qué pasa con lo que recibe a cambio? ¿Cómo se hace la cuenta? ¿Conozco a muchos que, además de pagar cada vez más impuestos, reciben cada vez menos: pagan dos veces por la educación de sus hijos, la salud, la seguridad, la limpieza, el alumbrado, el arreglo de caminos… Junto con tasas más altas por sus seguros, servicios telefónicos, eléctricos, etc., ¿deben pagar todavía más? ¿Por qué? ¿Para qué?

Falacia es también la que dice que el impuesto lo paga aquel que la ley ha puesto como sujeto pasivo. ¡Angelito! Los impuestos, en última instancia, son soportados por aquellos que no los pueden trasladar, en todo o en parte, sea para adelante, en mayores precios, sea para atrás reduciendo costos. De ahí que tantas veces el razonamiento simple y lineal de algunos dirigentes sindicales pidiendo aumentos de impuestos, termina pegándole a los trabajadores al generar mayores resistencias de los empleadores a reajustar salarios y beneficios, o se pasan a incrementos en los precios.

Resumiendo, son muchos los gobiernos que se lanzan a perseguir a sus súbditos esgrimiendo cruzadas rebosantes de moralina al tiempo de no querer, o no saber, controlar lo que gastan y cómo lo gastan.

Así, en nuestro país se paga cada vez más y se recibe cada vez menos (o cada vez peor).

Más tomada de pelo que falacia es el eslogan de la DGI: “Si pagamos todos, todos vamos a pagar menos”. Creen que la gente es idiota: lo que determina el exceso de la actual carga tributaria y sus constantes aumentos, no es que haya evasores. Hay otros argumentos que se pueden usar, pero no tomarle el pelo a la gente. “Si ustedes dejan de gastar más y de emplear más funcionarios públicos, ahí sí todos vamos a pagar menos”. ¡Háganme el favor!

Allá por el siglo XVI, nació (o mutó) una institución, parte de la sociedad civil, llamada Parlamento, con la finalidad de proteger a los ciudadanos de los excesos y atropellos del Poder Ejecutivo, entre otras cosas, por exacciones de impuestos. Pero también eso se fue deformando con el tiempo. Hoy esa institución se llama Poder Legislativo y no está más del lado de la sociedad, frente al gobierno, sino que lo integra y no se siente más el escudo de la gente frente a las exacciones del poder.

Es otra mula.

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Ignacio De Posadas

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