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Aprovechemos a Ancap

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Uruguay tiene el defecto de politizar las cosas, al extremo de confundirlas en una cacofonía de acusaciones y contra-acusaciones, generalmente muy cargadas de epítetos y adjetivos, que terminan distorsionando o diluyendo el contenido de los temas.

Uruguay tiene el defecto de politizar las cosas, al extremo de confundirlas en una cacofonía de acusaciones y contra-acusaciones, generalmente muy cargadas de epítetos y adjetivos, que terminan distorsionando o diluyendo el contenido de los temas.

Algo así ha ocurrido con Ancap, donde por un lado se enrostra la radio de Quebracho y el fiestún de la desulfurizadora, y por el otro se dice que no hay delitos y que las investigadoras no están para investigar otras cosas, y en ese entrevero se pierde de vista que el grueso del chiste no está ni en los relativos pocos ceros de la radio y el sarao, ni en lo patético de escudarse detrás de las normas penales, sino en el colosal descontrol e ineptitud con que se manejó la mayor empresa del país. Si es ridículo que fabrique perfumes, es gravísimo que despilfarre cientos de millones de dólares en inversiones, que no sólo costaron varias veces lo presupuestado, sino que después ni siquiera producen aquello para lo que fueron realizadas. Porque no sólo la cal es de mala calidad sino que sigue habiendo azufre en el gasoil, en cantidades que destruyen los motores (al punto que, según dicen, Ancap tiene que importar gasoil para maquinaria agrícola).

Esos son los temas relevantes pero, además, son los mojones que nos muestran el camino hacia la verdadera discusión que debemos dar (y que por ideología o temores culturales dejamos de lado).

La discusión es acerca de cómo deben manejarse las empresas del Estado, por supuesto, pero colocada en el correcto orden, lógico y ontológico. Las preguntas, siguiendo a los latinos, tienen que ser: primero, ut sit (si debe ser) y recién después: quomodo sit (cómo debe ser).

Está cantado a esta altura del campeonato que no se puede gestionar el patrimonio público industrial y comercial con mastodontes manejados por designados políticos (frecuentemente con agendas políticas o político-personales) y normas poco funcionales (incluyendo las relativas al personal).

Pero no tiene sentido plantearse esto sin antes encarar lo otro: al fin y al cabo, ¿el país, la sociedad uruguaya, precisa un Ancap? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Quién o qué nos obliga a tener que aceptar como verdad revelada las argumentaciones que llevaran hace décadas a crear organismos estatales, bancados por la sociedad, aún si en ciertos casos esas argumentaciones pudieron tener cierto fundamento, para otro país, en otra época?

¿Por qué tenemos que tener una Ancap? ¿Para qué? ¿En qué beneficia a la sociedad uruguaya en su conjunto? ¿Contribuye a mejorar su nivel de vida? ¿Si no existiera Ancap, qué pasaría? ¿Acaso los pobres estarían peor si Ancap no existe?

Los argumentos clásicos son conocidos: Ancap es estratégicamente fundamental porque si no refináramos quedaríamos en manos extranjeras, es económicamente fundamental porque sin ella quedaríamos en manos de compañías privadas, y es ecológicamente fundamental porque nos asegura la calidad del medio ambiente.

Todo falso: 1.- No hay diferencia estratégica entre importar crudo o importar refinado, en definitiva el combustible fósil es importado 2.- Hoy, con Ancap, tenemos el combustible más caro del mundo, y 3.- De mala calidad. Tanto el suministro, como el precio y la calidad se pueden regular perfectamente desde el Estado, con muchos menores costos y distorsiones políticas. Una buena agencia regulatoria estatal se puede manejar con menos del 10% de los funcionarios que tiene el grupo Ancap, menos del 1% de su presupuesto y con cero riesgo de que nos encaje un pufo como el que viene de ocurrir.

Ni considero los otros argumentos llamados “sociales” por ser obviamente truchos. Las políticas sociales son materia del gobierno y no de los entes industriales y comerciales.

Digámoslo con franqueza: Ancap existe porque existe y porque en su existencia ha generado una cantidad de intereses creados, ajenos, cuando no contrarios, al interés general, junto con fuertes rémoras ideológicas y culturales.

Capaz que eso es motivo suficiente para tener que soportarlo. Puede ser. Algunos todavía temen ser tildados de “neoliberales”. Pero, en tal caso, encaremos la siguiente pregunta: el quomodo sit, desde una perspectiva real, sincera y no trucha. Si tenemos que bancarla (a Ancap y a otras), porque tenemos que bancarla, hagámoslo de la forma menos dañina posible: desmonopolicemos, cambiemos el marco jurídico para el derecho privado, terminemos con los inventos satelitales que pretenden mejorar el problema de fondo (desde los perfumes al etanol, pasando por la cal y el whisky) y busquemos la forma de compensar a los funcionarios por una vez, o por un plazo determinado y no por toda la vida (de ellos y nuestra).

¿No es tonto que un país pobre pague fortunas para recibir a cambio muy poco y de mala calidad?

Todo porque no se anima a decir ¡basta!.

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Ignacio De Posadas

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