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Los hechos alternativos

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Hugo Burel
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Uno de los primeros conflictos con la prensa norteamericana del megalómano y torpe Donald Trump, se produjo en enero de este año cuando aseguró que "parecían como un millón y medio" los ciudadanos que habían llegado al National Mall para acompañarlo el día de su asunción. No dio evidencia alguna que respaldara tal afirmación y calificó a los periodistas de ser "algunas de las personas más deshonestas del planeta" por publicar que la cantidad que él vio era mucho menor y mostrar fotografías de la asunción de Obama.

Ante tal cruce de cálculos y mediciones, la consejera de gobierno Kellyane Conway dijo —sin que crujiera su mente— que las afirmaciones de Trump pertenecían a la categoría de "hechos alternativos". Quizá sin proponérselo, Conway descubrió una estrafalaria forma de la lógica. Por supuesto que ese espectacular hallazgo semántico no se agotó en Trump y desde ese señalado día en que la expresión "hechos alternativos" hizo tambalear los cimientos del pensamiento racional, el formidable aporte de Conway ha sido crear una novedosa forma de razonar o una muy cínica manera de mentir.

Citaré dos ejemplos de reciente data. Uno en nuestro país y otro en la conjetural República de Cataluña.

Luego de haberle pedido más dedicación en su tarea parlamentaria, y tras su renuncia, el presidente Vázquez no hesitó en elogiar al renunciante vicepresidente Sendic diciendo que había cumplido "con cabalidad, seriedad y responsabilidad la función que le dio el pueblo uruguayo y trabajó con honestidad, capacidad y compromiso hacia la gente y hacia el programa de Gobierno de su fuerza política". En alocución ante sus ministros y la ciudadanía Vázquez encontró en el vicepresidente virtudes que antes de la renuncia parecían no existir. Así instaló el hecho alternativo que nadie se esperaba y aquí no ha pasado nada. La formidable herramienta de Conway estableció la posibilidad de que en la mente de nuestro primer mandatario coexistieran dos ideas al parecer opuestas, que no se molestaban entre sí.

El pasado martes 10, el impávido Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat de Cataluña, vestido de fúnebre traje negro, declaró en apenas 18 palabras la independencia de Cataluña y acto seguido la suspendió. Es el hecho alternativo más notable del año, que ha llevado la invención de Conway a una dimensión que roza la existencia de universos paralelos. Es la subversión de la lógica expresada con una furia que estremece a Descartes en su tumba. ¿En qué limbo jurídico, institucional y existencial ha quedado Cataluña hoy? ¿Independencia en suspenso? ¿De qué estamos hablando?

¿De qué habló el presidente Vázquez cuando elogió al señor Sendic? ¿Se le puede insinuar a alguien que renuncie —él en su lugar lo hubiera hecho, afirmó— y acto seguido adjudicarle cabalidad, seriedad y responsabilidad a su desempeño? Y vuelvo a Cataluña: ¿se puede ser independiente y a la vez no serlo porque a Puigdemont se le ocurre dejar en suspenso lo que acaba de declarar?

Es probable que la era Trump sea un peligro en muchos sentidos, pero la lógica de los "hechos alternativos" que él y Conway introdujeron, campea por el mundo y parece contaminar la razón de muchos líderes que desprecian la lógica y la inteligencia de los ciudadanos.

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