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Los pobres frente a Piketty

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La obra de Thomas Piketty, El Capital en el Siglo XXI concitó interés a nivel mundial, no porque emprenda con ella una cruzada contra la injusticia social -somos muchos los que lo hacemos- sino porque, basándose en sus lecturas de los siglos XIX y XX, enarbola como tesis central que: “El capital produce mecánicamente desigualdades arbitrarias e insostenibles” que inevitablemente conducen al mundo a la miseria, la violencia y las guerras y que continuará haciéndolo en este siglo.

La obra de Thomas Piketty, El Capital en el Siglo XXI concitó interés a nivel mundial, no porque emprenda con ella una cruzada contra la injusticia social -somos muchos los que lo hacemos- sino porque, basándose en sus lecturas de los siglos XIX y XX, enarbola como tesis central que: “El capital produce mecánicamente desigualdades arbitrarias e insostenibles” que inevitablemente conducen al mundo a la miseria, la violencia y las guerras y que continuará haciéndolo en este siglo.

Hasta ahora, los críticos de Piketty solo han planteado objeciones técnicas a sus malabarismos con las cifras, pero no han impugnado su tesis política y apocalíptica, que es absolutamente incorrecta. Yo lo sé porque en los últimos años mis equipos de investigadores han realizado estudios de campo, explorando países donde campeaban la miseria, la violencia y la guerra, en pleno siglo XXI. Lo que descubrimos fue que lo que la gente realmente desea es más capital, no menos, y quieren que su capital sea real y no ficticio.

Thomas Piketty, al igual que muchos otros estudiosos occidentales que investigan dotados de un presupuesto limitado, cuando tropieza en países no occidentales, con datos estadísticos precarios y disparatados, en lugar de efectuar su propio muestreo en el terreno, adopta las categorías de clase y los mismos indicadores estadísticos europeos y los extrapola a las realidades de esos otros países. Luego se basa en ellos para sacar conclusiones de validez mundial y llegar a una ley de aplicación universal, sin tomar en cuenta que el 90% del mundo vive en países en vías de desarrollo o de la antigua Unión Soviética, cuyos habitantes producen y mantienen su capital en el sector informal, vale decir, al margen de las estadísticas oficiales. Los alcances de este error no se limitan a simples métodos de cálculo.
Aunque sucede que el tipo de violencia que estalló en lugares como la Plaza Tahrir, Egipto, en 2011 se presenta precisamente en aquellas partes del mundo donde el capital tiene un papel determinante pero oculto, que el análisis eurocéntrico no puede percibir.

A pedido del ministro de Hacienda de Egipto, mi equipo, junto a 120 investigadores, en su mayoría egipcios, no solo estudiaron documentos oficiales, sino que apelaron a todos los medios locales para conseguir información que permitiera al gobierno comprobar la veracidad y la integridad de sus estadísticas convencionales.

Descubrimos que el 47% del ingreso anual del “trabajo” en realidad proviene del “capital.” Los casi 22.5 millones de trabajadores que hay en Egipto no solo ganaban un total de US$ 20 mil millones en salarios, sino que además percibían otros US$18 mil millones por el rendimiento de su capital no registrado. Nuestro estudio demostró que los “trabajadores” egipcios son propietarios de bienes inmuebles cuyo valor se estima en unos US$ 360 mil millones, que representa un monto ocho veces superior a toda la inversión extranjera directa llegada a Egipto desde que Napoleón invadiera Egipto. ¡Piketty no se percató de estos hechos, pues solo estudió las estadísticas oficiales!

A él le preocupa que haya guerra en el futuro y sugiere que cuando se produzca, lo hará como una rebelión contra las injusticias que provoca el capital. Al parecer no se ha dado cuenta de que las guerras por el capital ya han empezado, en el Medio Oriente y el Norte de África, con Europa por testigo. Si no se le hubieran pasado por alto estos acontecimientos Piketty se habría percatado de que no son revueltas contra el capital, como supone su tesis, sino más bien, revueltas por el capital.

La primavera árabe fue desencadenada por la autoinmolación de Mohamed Bouazizi en la ex-colonia francesa de Túnez, en diciembre de 2010. Como las estadísticas oficiales y eurocéntricas califican de “desempleados” a todos aquellos que no trabajan para empresas formalmente reconocidas, no debe sorprendernos que la mayoría de observadores rápidamente le adjudicaran a Bouazizi el calificativo de “trabajador desempleado”. Sin embargo, este sistema de clasificación no se percató de que Bouazizi no era un trabajador, sino un comerciante desde los doce años de edad, y que deseaba vehementemente tener más capital (ras el mel en árabe). Se puede decir que una taxonomía eurocéntrica impidió ver que en realidad Bouazizi estaba encabezando un cierto tipo de revolución industrial árabe.

Y no fue el único. Poco después descubrimos que otros 63 empresarios, en un período de dos meses, e inspirados por Bouazizi intentaron suicidarse públicamente en todo el Medio Oriente y Norte de África, y animaron a millones de árabes a tomar las calles derrocando casi de inmediato a cuatro gobiernos. A lo largo de dos años entrevistamos a casi la mitad de los 37 autoinmolados que sobrevivieron a sus quemaduras y también entrevistamos a sus familiares. Lo que los precipitó al suicidio fue que les habían expropiado el poco capital que poseían. Unos 300 millones de árabes viven en las mismas circunstancias que los empresarios auto-inmolados y de ellos podemos aprender cosas.

1°, que el origen de la miseria y de la violencia no es el capital sino la carencia del mismo. No tener capital es la peor injusticia. 2° que para la mayoría de nosotros, que no pertenecemos al mundo Occidental y por lo tanto no estamos sometidos a las categorizaciones europeas, el capital y el trabajo no son enemigos naturales sino facetas que se entretejen para formar un todo. 3° que el mayor freno para el desarrollo de los pobres es su incapacidad para forjarse un capital y protegerlo. 4° que la disposición personal a enfrentarse al poder no es exclusivamente una cualidad occidental.

Concuerdo plenamente con Piketty cuando sostiene que la ausencia de transparencia es un mal medular de la crisis europea, que no amaina desde el 2008. Pero no comparto la solución que propone: armar un libro de contabilidad gigante - un “catastro financiero” - que incluya todos los activos financieros. No tiene sentido porque el problema está en que los bancos europeos y los mercados de capital tienen gran cantidad de lo que Marx y Jefferson llamaban capital “ficticio”.

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Hernando De Soto

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