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Poco que festejar en París

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Los gobiernos del mundo acaban de dejar pasar -una vez más y van...- la oportunidad de enfrentar con responsabilidad el enorme desafío planetario que nos plantea el cambio climático, aunque el comportamiento gestual dijo otra cosa.

Los gobiernos del mundo acaban de dejar pasar -una vez más y van...- la oportunidad de enfrentar con responsabilidad el enorme desafío planetario que nos plantea el cambio climático, aunque el comportamiento gestual dijo otra cosa.

Recorrieron el mundo las imágenes del festejo efusivo protagonizado por muchos de los delegados presentes en la COP 21, al concretarse la aprobación del Acuerdo de París.

Recordemos que lo crucial para la humanidad es que, para finales de siglo, la temperatura global del planeta no debe superar los 2 grados centígrados con respecto a la época preindustrial. Con esa “espada de Damocles” sobre nuestras cabezas se viene negociando desde Durban durante los últimos 4 años. ¿Qué ocurrió? Que el documento base de negociación cargado de propuestas, metas y exigencias elaboradas para alcanzar el objetivo, fue paulatinamente lavado, simplificado a demanda de las naciones con mayor responsabilidad en la generación de este problema, que hoy amenaza a toda la humanidad.

En otras palabras, con lo conseguido la semana pasada estamos asegurando que el incremento de la temperatura supere los 3º C; lo que condicionará negativamente la calidad de vida de los pueblos, en especial de los más vulnerables. ¿Qué se festejó entonces? Tal vez que el nuevo acuerdo lo aprobaron todos los países; o que recoge buenas promesas y abre nuevas posibilidades.

El Acuerdo de París es un compromiso vago y hasta contradictorio. No establece metas concretas ni obligaciones específicas, y menos aún prevé sanciones para los que no cumplan. Establece como meta no superar los 2º C e intentar fijar el aumento en 1.5º C, y por otra parte permite que ese incremento llegue y supere los 3º C -es la tendencia actual según dicen los expertos- al no establecer límites concretos a las naciones del mundo.

Salimos de la COP 21 solo con el compromiso voluntario (Contribuciones Nacionales) de los países acerca de cuáles serán sus aportes en materia de mitigación y adaptación. Significa un claro retroceso de lo que se aprobó en Kioto hace 18 años.

Predominó la voluntad de China y los Estados Unidos, quienes lograron imponer sus intereses y ganar más tiempo, antes de tener que asumir sus ineludibles responsabilidades por ser las dos naciones más contaminantes de la atmósfera en el planeta. Prueba de ello se desprende del texto final del acuerdo en el cual se sustituyeron las palabras “deben” por “deberían”, refiriéndose a aspectos críticos como la reducción de emisiones y la financiación para los países en desarrollo.

Hablando de financiación, además de la laxitud de los compromisos incluidos para los países desarrollados, se difirió al 2025 la progresión de los fondos que deben aportar. Tampoco habrá reglas más o menos estrictas de control y evaluación de lo aportado.

Con respecto a la relación entre el uso de los fondos para mitigación y adaptación (muy importante para nuestros países) no explicita que no será en proporciones iguales, como se pretendía hasta la cumbre. Lo que ocurrirá será que los donantes inclinarán la balanza hacia la mitigación, por ser la prioridad de las naciones desarrolladas.

El acuerdo aprobado pudo y debió ser mucho mejor.

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Hernán Sorhuet Gelós

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