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Llamar las cosas por su nombre

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Luego de varios años de arduas negociaciones, los líderes del mundo que el mes pasado se reunieron en París, no estuvieron a la altura de las circunstancias.

Luego de varios años de arduas negociaciones, los líderes del mundo que el mes pasado se reunieron en París, no estuvieron a la altura de las circunstancias.

Fallaron. Porque si de algo podemos estar seguros es que el asunto se discutió a fondo, con tiempo suficiente y disponiendo de una confiable información científica acerca de lo que está ocurriendo con el calentamiento global y, especialmente, de lo que vendrá.

Se califica como exitoso el Acuerdo de París argumentando que sin él el aumento de la temperatura global planetaria para 2100 con respecto a la época preindustrial, llegaría a 5 o 6ºC. Cuando, en realidad, hay que decir que es un fracaso porque no estableció mecanismos que posibiliten el objetivo de no sobrepasar los 2ºC que el propio texto del acuerdo recoge.

Los esfuerzos voluntarios (contribuciones nacionales) que quedaron establecidos como el camino a recorrer por cada nación para controlar la amenaza, son probadamente insuficientes. Si se cumplieran en su totalidad -algo difícil de lograr- el ascenso de la temperatura no bajará de 3.5ºC, lo que significa un grave problema para las poblaciones del mundo más vulnerables.

El compromiso mundial con el cambio climático exige definiciones más tajantes y duras. Debería contener obligaciones específicas, establecidas bajo el principio de “responsabilidades compartidas pero diferenciadas”, las cuales sean monitoreadas de manera permanente, y cuyo incumplimiento dé paso a sanciones severas.

Nada de esto se incluyó en el Acuerdo de París. No es jurídicamente vinculante como se ha escuchado por ahí.

Su debilidad es tan obvia que establece el control de los esfuerzos voluntarios de los países cada cinco años, dando la posibilidad de disponer de todo ese largo tiempo sin tener que dar explicaciones. Algo meramente simbólico como resultan las acciones que se emprenden en el “Día Mundial del Medio Ambiente”, cuando lo que importa es lo que se hace durante todo el año.

Hasta se tomaron la molestia de cambiar el imperativo “deberá” por el ambiguo “debería” cuando se habla de acciones sobre las que todos están de acuerdo. Todo ha quedado librado a la voluntad y al estado de ánimo de los gobernantes de cada país.

Con respecto al mecanismo para Pérdidas y Daños asociados con los impactos del cambio climático, hay que recordar que durante la COP-19 en Varsovia (2013) se aprobó la idea general del mismo que incluye el financiamiento, la asistencia técnica, el intercambio de información y conocimientos, y el desarrollo de capacidades para hacer frente al cambio climático, de parte de los países desarrollados en favor del resto. A partir de 2014 se iba a reunir su Comité Ejecutivo para definir un plan de acción y darle contenido al mismo. Pero no se reunió ni en 2014 ni en 2015. Por lo tanto, este tema clave para nuestros países llegó congelado a París. En el texto del celebrado acuerdo apenas se logró la mención del mecanismo como exigencia de los países insulares (Aosis); aunque sin sentido práctico para su futura implementación.

Quedó en evidencia que, con el afán de salvar la Cumbre de París, se arribó a un acuerdo notoriamente insuficiente, tomando en cuenta la emergencia climática que enfrenta el planeta.

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Hernán Sorhuet Gelós

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