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Cultura de la conservación

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Finalizó en Hawaii el Congreso Mundial de la Unión Internacional de la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Finalizó en Hawaii el Congreso Mundial de la Unión Internacional de la Conservación de la Naturaleza (UICN).

A juzgar por la escasa difusión en los medios locales podríamos pensar que se trata de una organización de poca importancia. Pero es todo lo contrario. Su incidencia en el devenir de la humanidad es de vital importancia porque ayuda a encontrar soluciones pragmáticas a los desafíos ambientales más acuciantes y al desarrollo sostenible en el planeta. Su misión de conservar la naturaleza apunta justamente a lograr un uso sustentable de la misma, capaz de satisfacer las necesidades de los pueblos sin comprometer su salud. La sabiduría de su esencia radica en apoyar fuertemente la investigación científica, pero, al mismo tiempo, tomar muy en serio los conocimientos de los pueblos ancestrales.

La fortaleza está en su constitución: la integran 1.300 miembros gubernamentales y no gubernamentales, y más de 15.000 expertos voluntarios en 185 países.

En este congreso en particular se ha tomado una decisión histórica, que marca un punto de inflexión -tarde pero llegó- que tiene que ver con fortalecer, de manera nunca vista, los derechos de los pueblos indígenas. La Asamblea de Miembros creó una categoría de membresía para las organizaciones de los pueblos originarios, tendrán voz y voto. Con ello se les da un lugar específico en el proceso de toma de decisiones de la UICN. Recordemos que esta enorme organización gestiona proyectos de campo en todo el mundo, reúne gobiernos, ONG, Naciones Unidas y el sector privado para desarrollar políticas, legislación y prácticas efectivas.

Otro punto importantísimo de lo acordado fue promover una cultura de la conservación. En esta idea radica la clave del futuro de la humanidad. Lo decimos sin considerarlo exagerado. ¿Por qué? Porque para enfrentar los enormes desafíos del cambio climático, del suministro mundial de alimentos, de la preservación de los océanos, el fin del tráfico ilegal de vida silvestre, y lograr un mayor involucramiento del sector privado en la conservación de la naturaleza (recordemos que significa uso sustentable de ella), no hay otro camino que lograr que la humanidad se involucre. Ya hemos visto que los esfuerzos aislados sólo retardan los daños.

Se trata de un giro de forma de pensar y actuar; un cambio cultural, donde todo importa (hábitos, costumbres, creencias, religiones, etc.) La Declaración de Hawaii concluye con indudable acierto, que “la magnitud de la huella ecológica de la humanidad es tal, que los sistemas que sustentan la vida natural de la Isla Tierra están llegando a su punto de ruptura, poniendo en peligro el bienestar y la resiliencia (capacidad de adaptación a los cambios) del conjunto de la vida”.

Subraya que la situación es urgente y hace falta una profunda transformación en la audacia de nuestras aspiraciones, la fuerza de nuestros esfuerzos y el peso de nuestras inversiones.

La buena noticia es que las soluciones basadas en la conservación de la naturaleza han demostrado en todo el mundo que funcionan muy bien para mitigar la emisión de gases invernadero, adaptarse mejor a los cambios, reducir los riesgos naturales y, al mismo tiempo, mantener sostenibles los sistemas de vida. ¡Manos a la obra!

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Hernán Sorhuet Gelós

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