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La confesión de Galeano

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Hernán Bonilla
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Quizá demasiado tarde, quizá después de haber causado demasiado daño pero llegó.

Eduardo Galeano en la II Bienal del libro y la lectura de Brasilia reconoció sobre su célebre obra Las venas abiertas de América Latina que "no sería capaz de leer el libro de nuevo. Para mí esa prosa de izquierda tradicional es pesadísima". Pero ser un libro pesado no sería grave, más trascendente es que admitió que "Yo no tenía la formación necesaria. No estoy arrepentido de haberlo escrito pero fue una etapa que, para mí, está superada." Reconoció, además, que el libro fue escrito sin conocer debidamente de economía y política.

Con estas declaraciones Eduardo Galeano se suma a la lista de intelectuales latinoamericanos de izquierda que luego de haber influido de forma nefasta en las ideas de millones de personas admiten, al menos parcialmente, sus errores. Basta recordar los antecedentes de Raúl Prebisch respecto de la teoría estructuralista, o la de Fernando Henrique Cardoso sobre la de la dependencia. No deja de ser un avance el reconocimiento, aunque venga sin la conciencia de los males causados y sin arrepentimiento.

Los intelectuales que tienen éxito en la difusión de sus ideas tienen una carga de responsabilidad mayúscula respecto a las consecuencias de ese logro. Las ideas que pasan a formar parte del sentido común de una sociedad o de buena parte de ella, tienen una influencia mucho mayor que la de cualquier político, porque marcan a fuego una cultura, para bien o para mal.

Las venas abiertas, en su versión simplona de otras teorías por entonces en boga en América Latina, tuvo un éxito arrollador entre los jóvenes, convirtiéndose en una especie de Biblia para la izquierda. Su éxito se puede explicar en que es un libro pesado pero bien escrito, explica temas complejos en forma sencilla, apela mucho más a la emoción que a la razón, y carga la culpa de todos nuestros males a otros, ajenos y distantes.

No cuesta entender que una explicación de nuestro subdesarrollo en épocas de estancamiento y crisis que argüía que nuestros padecimientos se debían a que otros países eran malos y nos explotaban y que por lo tanto nosotros no teníamos ninguna culpa fuera popular.

Con el paso del tiempo, sin embargo, la realidad se encargó de hacer añicos esos errores. La evidencia de que países pobres a través de un sendero de fortalecimiento institucional y cambios culturales lograban encaminarse hacia el desarrollo demostró que Galeano y sus adláteres estaban equivocados de cabo a rabo. Por eso, aunque el escritor de Las venas abiertas dice no estar arrepentido, es importante que admita que no volvería a leer su libro y que cuando lo escribió sabía poco de economía y política. Basta leer el libro para comprobar que ahora sí dice la verdad.

Los enormes daños causados por el éxito de sus ideas ya están hechos y no se puede volver atrás. Pero de ahora en adelante debe quedar claro que Galeano no fue un genio que entendía maestramente de historia, economía, política y sociología y lo plasmó en un manual que tenía todas las respuestas. Fue un profeta de la complacencia con nosotros mismos y el odio xenófobo que impidió que el Uruguay y otros países del continente buscaran las respuestas a sus problemas en sus propias equivocaciones. Tarde, limitado y parcial pero al menos llegó esta suerte de reconocimiento de su gran culpa.

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