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Cambia, todo cambia

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SERGIO ABREU

En pocos días asume un nuevo gobierno inmerso en una angustia de interpretación, desde que "Izquierda y Derecha" han perdido la nitidez de sus históricas identidades.

Han quedado por el camino las recetas de la "lucha de clases" -tanto marxistas como fascistas-, anunciadas como un conflicto irreductible entre capital y trabajo en el "Manifiesto Comunista" y en la "Carta del Lavoro".

La realidad nos muestra que el tiempo de la polarización reivindicatoria de las "masas" que hace unos pocos años era un dato objetivo de la realidad se ha diluido sin que las partes pudieran percibirlo.

De ahí comenzaron a surgir tímidas reacciones de una "neo-izquierda" que cuestiona el corporativismo y afirma que la intolerancia no tiene lugar en su nueva concepción del relacionamiento político.

El próximo gobierno sabe que es necesario mucha prudencia e información para tener una idea razonable de hasta dónde, cuándo y cuánto el Estado debe intervenir. Ya es un lugar común, la frase de muchos que resumen sus ambigüedades expresando "todo el Mercado que sea posible y todo el Estado que sea necesario."

Estamos frente a una evolución sometida a un "lifting ideológico" que se acerca más al pensamiento liberal que a la arrogancia autoritaria que la Izquierda ha ejercido tradicionalmente.

Se trata de un importante paso cualitativo, en particular, cuando desde el colectivismo se ha reclamado el monopolio de la compasión y de la solidaridad social y todas las respuestas a las interrogantes sociales se brindaban como recetas mágicas, aún antes que los problemas fueran planteados.

En esta tarea, todas las fuerzas políticas deben estar dispuestas a trabajar en conjunto. Y la primera coincidencia debe ser alejarse del modelo "petro caribeño", intérprete de un populismo "fascistoide" en un patético proceso de derrumbe.

Para ello se necesita, una Izquierda racional y económicamente inteligente, que sea capaz de acordar con las otras fuerzas políticas; en un baño de pragmatismo que enfrente a los intereses corporativos, y que asuma de una vez que la corrección de las imperfecciones del mercado no pueden quedar en manos de burócratas imperfectos.

En este sentido, el nuevo gobierno ha emitido una señal positiva dejando la vieja tendencia de la izquierda a recurrir a la "demonología". Para la nueva Administración, quedan pocos demonios de los antiguos y aún de los más recientes.

El FMI y el Banco Mundial ya no son vistos como una imposición imperialista a los pobres países que recurren a esos "malditos clubes" de asistencia a sus economías en crisis.

La inversión, el crecimiento y el empleo hoy son parte de un circuito virtuoso donde la estabilidad macroeconómica y la permanencia de las reglas de juego para preservar al capital, son el centro de la gestión de gobierno.

El lucro ha sido reivindicado como el motivo legítimo de toda inversión y luego de décadas de posiciones contrarias a toda reforma estructural, el nuevo gobierno frenteamplista apuesta al sector privado como el motor del desarrollo, a impuestos más bajos, al respeto a la propiedad física e intelectual y a la apertura en la inversión, el comercio y la tecnología.

No deja de ser una sorpresa, para quienes conservamos en la memoria las agresiones recibidas al aprobarse la Ley de Puertos, las posiciones contrarias a los Tratados de Inversión y Doble Tributación, el rechazo a la Ley de Zonas Francas, los plebiscitos contra la Ley de Empresas Públicas y del Marco Eléctrico, la negativa al régimen de concesión privada por parte del Estado para determinadas obras, y el calvario de avanzar zigzagueando bajo el tiroteo permanente de una oposición resguardada en simples etiquetas mentales.

El nuevo gobierno va a contar con el apoyo de los que siempre hemos pensado -como decía el Canciller alemán Helmut Schmidt- que "el lucro es la inversión de mañana y el empleo de pasado mañana", y que la Administración podrá disponer de recursos si la inversión privada impulsa el desarrollo y no es vista como una secreción del egoísmo capitalista.

Esta nueva versión no ha llegado de la mano de viejos conceptos reaccionarios, sino de la conservadora izquierda, que finalmente reconoce que para gobernar un país de acuerdo a las exigencias de la modernidad, es mucho más revolucionario apoyar la ética del riesgo en la economía de mercado que seguir apegado a un obsoleto modelo de lucha de clases.

Cambia, todo cambia, cantaba la inolvidable Mercedes Sosa.

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