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Presidencia y autoridad

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Contrariando una esperanza ciudadana muy generalizada basada en diferentes expectativas, Tabaré Vázquez, con gran celeridad, ha perdido gran parte de sus apoyos electorales iniciales. En sus primeros ocho meses de gobierno, menos de un 30% de la opinión pública secunda su gestión, mientras un 34% se muestra desconforme. Guarismos de espectacular declive en su popularidad, muy lejanos de los que cosechó en su primera administración o de los que obtuvo Mujica, cuando cualquiera de ellos superaba los sesenta puntos de adhesión.

Contrariando una esperanza ciudadana muy generalizada basada en diferentes expectativas, Tabaré Vázquez, con gran celeridad, ha perdido gran parte de sus apoyos electorales iniciales. En sus primeros ocho meses de gobierno, menos de un 30% de la opinión pública secunda su gestión, mientras un 34% se muestra desconforme. Guarismos de espectacular declive en su popularidad, muy lejanos de los que cosechó en su primera administración o de los que obtuvo Mujica, cuando cualquiera de ellos superaba los sesenta puntos de adhesión.

En este panorama, que también, por razones lógicas, afecta al gobierno en su conjunto, son muchas las causas que concurren a explicarla, pero hay una que tiene que ver con la forma que el mandatario ejerce el poder que parece central: la falta de firmeza en sus decisiones, en una gestión que se percibe como inundada por una enorme debilidad. Marihuana, Fondes, Antel Arena, TISA, esencialidad de la enseñanza, política exterior, fueron algunas de las cuestiones donde el presidente tomó resoluciones que luego, forzado, debió revisar, exhibiendo una indecisión que la ciudadanía, que vota por partidos pero también por hombres, parece no querer perdonarle.

Asumo que esta desazón no pretende que Tabaré Vázquez se convierta en un monarca absoluto o en un déspota oriental como tantos otros en este castigado continente. Es obvio que se trata del primer mandatario de un régimen presidencialista en una república que se distingue por la mayor y más larga tradición democrática del continente. Lo que exige este cargo, de complejas competencias, es un desempeño flexible y transparente ajeno a autoritarismos o desbordes. Pero que, a diferencia de lo que puede ocurrir con el parlamentarismo, requiere una figura que esté en permanente contacto con la ciudadanía que directamente lo eligió. Informándola e informándose. Por eso, el reclamo de autoridad requiere que esta se ejerza dentro de los límites y las prerrogativas de un régimen constitucional, con apego a las formas que en él se imponen. Una limitación que Mujica solía olvidar.

Aclarados estos equívocos, digamos que en este momento Vázquez enfrenta tres obstáculos principales, ninguno de los cuales ha conseguido superar. Uno, la coalición de gobierno que lo sustenta; otro, relevante, los sindicatos (o gran parte de ellos); un tercero, menos manifiesto, su propia personalidad. Al primero, se enfrenta en gran medida, por elección propia, al aislarse y elegir un gabinete carente de apoyo en el mismo Frente. Al segundo, porque no supo distinguir entre la necesaria defensa de los trabajadores y el acechante corporativismo como su inescindible contracara. Al último, por tratarse de un hombre con dificultades para sobreponerse a las circunstancias, cuando las mismas no colaboran con sus designios. Una faceta que, como ahora vemos, no se pudo advertir en su primera presidencia.

A esto se suma la incapacidad de una coalición ideológicamente escindida, poco apta para enfrentar los problemas económicos que amenazan al país, lo que termina redundando en el progresivo desprestigio de su conductor. Esto configura una situación muy diferente a la del primer y segundo gobierno frentista -la década feliz-, cuando la bonanza permitía disimular cualquier contratiempo.

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Hebert Gatto

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