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Los peligros de callar

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Amortiguado el primer impacto del atentado contra el semanario Charlie Hebdo, cabe reflexionar sobre su significado. El Papa en declaraciones inmediatas, condenó el hecho, aunque agregó que las caricaturas de Mahoma eran agresivas y los asesinatos de los periodistas, si bien desproporcionados y repudiables aparecían como una especie de reacción instintiva al ataque a una madre mítica.

Amortiguado el primer impacto del atentado contra el semanario Charlie Hebdo, cabe reflexionar sobre su significado. El Papa en declaraciones inmediatas, condenó el hecho, aunque agregó que las caricaturas de Mahoma eran agresivas y los asesinatos de los periodistas, si bien desproporcionados y repudiables aparecían como una especie de reacción instintiva al ataque a una madre mítica.

Por su parte, un especialista en ética y moral de la Universidad de la República, igualmente consideró que la violencia desplegada, si bien rechazable, no puede separarse del hecho que las caricaturas fueran irreverentes para sus creyentes. Creo que estas críticas y la importancia del tema justifican detenerse en el mismo, en tanto están en juicio los límites de la libertad de expresión.

Un primer aspecto refiere a si el asunto puede tratarse en abstracto, obviando las particularidades del caso. Ciertamente, como se dijo, una cosa es el derecho y otro la moral y sin duda la libertad en la emisión del pensamiento tiene límites (que no coinciden en ambas prácticas). Igualmente es verdad que este derecho se detiene frente a la libertad, el honor y la intimidad de los otros. Mi libertad para manifestarme no autoriza el daño a otros, excepto que alguna justificación legitime mi actitud. Precisamente lo que ocurre en el caso que examinamos.

¿Debería considerarse inmoral que una publicación francesa ironice a Mahoma como medida de lucha contra el terrorismo islámico cuando este, sin ningún pudor, apela al mismo profeta para justificar sus acciones? No sucede acaso que en su nombre se raptan niñas y se ejecutan extranjeros y opositores. Se queman iglesias y se mata a sus feligreses. Se secuestra y demanda rescate en acciones de piratería medioeval. Se practican ablaciones y lapidaciones de mujeres. Se venden esclavos. Se amenaza con echar al mar a millones de israelíes. Se profetiza la vuelta a la España del Califato.

Se dirá, como se dice, que el Islam no es una religión guerrera.

Lo que es tan cierto como advertir que todas en su momento lo son. Como fue yihadista el catolicismo de las cruzadas, o, en nombre del Cristo verdadero, lo fue la guerra de los Treinta años. En las caricaturas de Charlie, el profeta no encabeza pacíficos predicadores leyendo el Corán, sino a un guerrillero con bombas incluidas. Representa una parte de la política islámica, la inclinada al terror sagrado. Su interpretación no es la única, pero hoy llena calles y madrazas. Muestra una religión que no conoció el Renacimiento, la Reforma, o el Liberalismo. Y que ahora, bajo estados teocráticos, observa dividida los resultados, aunque en su génesis también haya colaborado Occidente.

Los derechos humanos integran una moral universal que no admite descuentos, relativismos, ni religiones que los limiten en nombre de las trascendencias. Se trata, diría Isaiah Berlin, de un conjunto de derechos negativos, donde nadie, incluyendo al estado, puede inmiscuirse. El ámbito de la intimidad y su expresión. Lo que no significa abandono de los deberes públicos. El humor, la irreverencia, la capacidad de burla, la ironía y la iconoclastia, junto al arte o como el arte, son algunas de los escasos recursos culturales con que contamos para defendernos del despotismo, hijo dilecto del dogmatismo. No se trata de derechos objetivos donados graciosamente por Leviathan. Por eso no cabe limitarlos ni recortarlos, ése es el directo camino al suicidio.

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Hebert Gatto

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