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¿Qué esperar de lo que viene?

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Emannuel Kant encomendó tres tareas a la filosofía: explorar los límites del conocimiento teórico para determinar qué podemos saber o conocer; aclarar qué debemos hacer para actuar correctamente en el plano moral y averiguar cuál será nuestro destino, es decir, qué podemos esperar.

Carezco de posibilidades, en momentos en que se inaugura un nuevo ciclo político en el país, de comprobar cómo nos irá en él, pero sí, conservando el sentido de la realidad, consignar aquello que me gustaría que nos suceda. Un buen ejercicio para fiestas pos navideñas y de paso, un homenaje a Kant, pionero de la introducción de una “dimensión de futuro” en nuestra comprensión del devenir. Una esperanza que, lucidez mediante, implica también visualizar lo que sería malo que nos ocurriera como pueblo. Dicho sea sin el menor partidismo y con la mayor sinceridad, en una enumeración puramente general sin pretensiones oraculares.

Asumo que el Uruguay está políticamente dividido (escisión que se tra

Emannuel Kant encomendó tres tareas a la filosofía: explorar los límites del conocimiento teórico para determinar qué podemos saber o conocer; aclarar qué debemos hacer para actuar correctamente en el plano moral y averiguar cuál será nuestro destino, es decir, qué podemos esperar.

Carezco de posibilidades, en momentos en que se inaugura un nuevo ciclo político en el país, de comprobar cómo nos irá en él, pero sí, conservando el sentido de la realidad, consignar aquello que me gustaría que nos suceda. Un buen ejercicio para fiestas pos navideñas y de paso, un homenaje a Kant, pionero de la introducción de una “dimensión de futuro” en nuestra comprensión del devenir. Una esperanza que, lucidez mediante, implica también visualizar lo que sería malo que nos ocurriera como pueblo. Dicho sea sin el menor partidismo y con la mayor sinceridad, en una enumeración puramente general sin pretensiones oraculares.

Asumo que el Uruguay está políticamente dividido (escisión que se traslada, con menos nitidez, al plano cultural), y me coloco en la porción que no votó al FA y que por consiguiente observa el futuro con algún temor, aunque ciertamente sin pánico ni angustia, sólo con el recelo natural entre quienes sienten que nuevamente ganó la izquierda, y que a ella se la insta a que cumpla sus promesas y se muestre como “progresista”, acentuando sus demorados aspectos revolucionarios.

Advierto que se trata de una izquierda antioccidental, mayoritariamente democrática, pero con predominio de sectores de definición socialista cercanos al marxismo y que dice tolerar al capitalismo como un mal transitorio y superable, lo que necesariamente acota su visión filosófica del liberalismo. Sin perjuicio de aceptar que el país ha tenido en los últimos años una tradición de buen desempeño económico aminorando la desigualdad social, siguiendo de ese modo la coyuntura internacional de los productores de “commodities”, bajo pautas socialdemócratas.

Acepto asimismo que la mitad que integro es doctrinariamente múltiple, agrupa a sectores con aproximaciones variadas a la igualdad social (pero en general sin rechazos a la intervención estatal y a las políticas sociales), y con una composición societaria heterogénea, con predominancia (pero no exclusividad) de estratos altos y medios. Ello se refleja en su conformación partidaria, que carece de una derecha neta significativa, sin perjuicio, obviamente, de excepciones individuales. Lo que augura una oposición razonable.

Si este es el actual panorama resulta natural que el mismo genere susceptibilidades. La última elección implicó que los exponentes liberales del FA se debilitaran. Por lo cual las prevenciones no son respecto al igualitarismo, del que la oposición por su misma tradición no se encuentra lejana, sino en relación a las políticas de raíz socialista que impulsadas por el creciente aliento sindical puedan debilitar la democracia liberal.

Esto no implica que ello necesariamente vaya a ocurrir, solo que en un contexto latinoamericano contrario al capitalismo, el país aparece creando una trama social también funcional a ese propósito. La forzada votación de la ley de medios, fue el peor debut en este sentido. Lo deseable sería que estos temores desaparecieran definitivamente, para así reducir la distancia afectiva entre los orientales. La democracia liberal lo demanda, pero el arcaísmo ideológico lo dificulta.

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Hebert Gatto

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Hebert Gatto

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