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Las elecciones en Francia

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El resultado de las recientes elecciones presidenciales en segunda vuelta supusieron un profundo suspiro de alivio para todos aquellos que rechazan de plano las sirenas de las ultraderechas (en Francia o donde sea), tan cercanas al fascismo. Afortunadamente Emmanuel Macron, apoyado por un movimiento partidario constituido para el caso, fue elegido presidente.

El resultado de las recientes elecciones presidenciales en segunda vuelta supusieron un profundo suspiro de alivio para todos aquellos que rechazan de plano las sirenas de las ultraderechas (en Francia o donde sea), tan cercanas al fascismo. Afortunadamente Emmanuel Macron, apoyado por un movimiento partidario constituido para el caso, fue elegido presidente.

En lo que, además de la bienvenida derrota del nacionalismo antieuropeo, constituyó una señal significativa para el viejo sistema de partidos establecido. Tal como si las transformaciones de la política democrática del siglo XXI, para las cuales Francia siempre supuso un mirador relevante, sugirieran nuevos caminos institucionales, cuestionando los partidos tradicionales. Un fenómeno que de generalizarse, en tanto revalorización del caudillismo y los liderazgos ocasionales, no sería necesariamente positivo y sin duda se relaciona con el auge de los populismos y las segundas vueltas electorales.
Es posible que atendiendo a sus concepciones socioeconómicas, Macron, exbanquero surgido de los estratos superiores de la sociedad, no pueda considerarse como el candidato con más aura popular, por más que ninguno de sus rivales de la primera vuelta ofreciera demasiado en ese aspecto. De todos modos, haberle cerrado el camino a Marie Le Pen y a su retrógrado nacionalismo liberal constituyó un progreso no solamente para Europa, sino para el mundo en su conjunto. Emmanuel Macron, electo presidente de Francia, es un egresado de la tradicional y elitista Escuela Nacional de Administración (de donde surgieron siete primeros ministros y 2 -ahora 3-, presidentes de la nación gala), que en concordancia con los tiempos, se manifestó como un demócrata de centro, situado, como también se autodefine, por encima del enfrentamiento entre izquierdas y derechas. Afirmaciones similares a las que igualmente realizó en su libro Revolution (2016). Si con su reiterada alusión a trascender izquierdas y derechas alude a las actuales dificultades en ambos extremos del espectro, para formular un modelo económico-social preciso, coherente y definido, acierta en su propuesta, no lo es tanto si ello supone olvidar las carencias que en ese plano, el de las formaciones sociales, particularmente en sus aspectos distributivos, propongan estas nuevas formulaciones. Las cuales, como es claro en este caso, aceptando la falta de alternativas al capitalismo, no especifican, más allá de generalidades, los mecanismos para moderar sus consecuencias y controlar sus crisis.

Asimismo, y tal como también acreditan estos comicios, por más que de forma más acusada en los centros desarrollados, la contradicción izquierda-derecha, sin desaparecer, tiende a difuminarse, sustituida por el choque entre nacionalistas e internacionalistas, y paralela y subsidiariamente entre conservadores y liberales abiertos al cambio. Lo que hace que estas polarizaciones ideológicas se incrementen en sectores sociales postergados, como reacción a los procesos de globalización que ellos enfrentan (centros industriales postergados, regiones rurales atrasadas, etc.). Prueba de esto resultó en esta confrontación entre Le Pen y Macron: el importante voto obrero a la primera, el triunfo electoral del segundo, la debacle del Partido Socialista y las coincidencias en muchos campos (abandono de la OTAN, negativa a tratados de libre comercio, rechazo a la Unión Europea), entre el izquierdista Melenchon y el derechista Frente Nacional, así como la inquietante similitud de sus discursos.

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Hebert Gatto

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