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Un día para olvidar

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Jueves de paro general. Para el Uruguay una jornada gris y desolada. Para la central sindical, un suceso respetable en términos de su acatamiento. ¿Pero qué hay detrás de esta situación? ¿Qué implica políticamente?

Jueves de paro general. Para el Uruguay una jornada gris y desolada. Para la central sindical, un suceso respetable en términos de su acatamiento. ¿Pero qué hay detrás de esta situación? ¿Qué implica políticamente?

No cabe duda que la clase obrera tiene en la huelga un instrumento de poder, un arma para hacer valer sus derechos y participar en la distribución del producto que su propio trabajo genera. Una justa finalidad no siempre conseguida. Tampoco puede olvidarse, aunque ya sea historia, que en un momento el proletariado concibió la huelga general como medio para imponer su poder y consagrarse como clase dominante.

Esto significa que el sindicalismo, más allá de sus diferentes representaciones, históricamente se fijó dos objetivos: uno táctico y cotidiano, centrado en la defensa del salario y la mejoría de las condiciones de vida de sus afiliados pero dentro de los parámetros capitalistas; y otro objetivo político: complejo y ambicioso, que suponía un cambio civilizatorio. La llegada del Estado proletario y con él, el fin del capitalismo. El primer objetivo, no sin sacrificios, fue reconocido por el Estado burgués que consagró a la huelga como un derecho social de naturaleza constitucional. Lo que a su tiempo habilitó el nacimiento de la sociedad de bienestar, de los socialismos democrático reformistas y de los sindicatos. Pero no ocurrió lo mismo con su meta revolucionaria que únicamente el sindicalismo comunista continuó cultivando y que culminó con el fin de la U.R.S.S. Por más que esto último no ocurrió en todos lados igual.

En algunos pocos países, como fue el caso uruguayo, su partido rescató parcialmente al comunismo local, logrando que conservara el predominio ideológico así como el manejo de la burocracia sindical, extremos que mantiene hasta el presente. Lo que no deja de constituir un curioso anacronismo para el siglo XXI.

Por su lado, algunos años después, pero en el plano político, la izquierda nacional, revalidando su coalición, obtuvo por primera vez el gobierno, que luego conservó. Mientras que ahora, en su reciente tercer triunfo y pese a mantener sus acuerdos, comienza en los hechos a dividirse en un sector liderado por el Pte. Vázquez, de práctica social-demócrata y otro, con mayoría en el Parlamento, de base socialista, pero no comunista ni ortodoxamente marxista. Es esta fragmentación del oficialismo, de larga génesis y diferentes protagonismos en la izquierda, la que explica lo que ahora sucede.

Ocurre que este paro, en cierto modo inesperado y el primero de una secuencia que se anuncia larga y conflictiva, fue consecuencia del previsible acercamiento entre los sectores políticos frentistas contrarios al Presidente y el movimiento sindical. Espacios no idénticos doctrinariamente, pero sí vecinos. Tanto que ambos grupos en actitud radical rechazaron los planteos de “ajuste” salarial ensayados por el gobierno, interpretando con iguales supuestos la cercana recesión económica y sus soluciones. Esto lleva a pensar que la posición del Presidente y sus apoyos no será fácil, en tanto se dibuja una pugna ideológica fuera y dentro del Frente, para la que no cuenta ni con mayorías parlamentarias ni con adhesiones sindicales. Y menos, con convicciones suficientes.

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Hebert Gatto

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