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El Toba

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Héctor Gutiérrez Ruiz -el Toba- fue un gran blanco herrerista y luego wilsonista, un gran ciudadano oriental, un gran ser humano.

Héctor Gutiérrez Ruiz -el Toba- fue un gran blanco herrerista y luego wilsonista, un gran ciudadano oriental, un gran ser humano.

A pesar que la diferencia de edad que me separó de él impidió tratarlo personalmente, las referencias que tuve siempre sobre su persona y las semblanzas que de su figura he leído, me permiten hacer la afirmación anterior.

Que fue un gran blanco herrerista y wilsonista dan cuenta sus acciones al servicio del Partido Nacional, durante toda su vida.

Como herrerista primero, por su admiración a Herrera y acción a su servicio desde sus años jóvenes, por su afán de colaboración política con el sector al fundar, junto con Diego Terra, Alberto Zumarán y otros jóvenes, el Movimiento 8 de abril, en 1962, como homenaje al Caudillo muerto en igual día de 1959 y, entre otros gestos, al asumir la dirección colegiada de El Debate en 1970 junto al nombrado Terra y a Juan Carlos Furest.

Como wilsonista después, al vislumbrar -como tantos herreristas de cuna- que el camino del triunfo del Partido al servicio de la Patria se recorría acompañando a la figura emergente de Wilson en 1970.

Que fue un gran ciudadano oriental tenemos pruebas -entre otras- que surgen de su actuación como legislador y como luchador contra la opresión militar que nos birló la Libertad, lo que le costó la vida.

Que fue un gran ser humano lo dicen los innumerables testimonios de quienes se honraron de su amistad y el amor que lo unió a Matilde Rodríguez Larreta, con quien formó una familia ejemplar.

El recordado Enrique Schwengel es un referente que siempre dio idea de la dimensión humana del Toba. Lo acompañó en el emprendimiento comercial del exilio en Buenos Aires: una provisión que llamaron “Treinta y Tres Orientales”. De ese local, el “Negro” Schwengel rescató -con riesgo para su vida- la bandera alusiva al nombre del comercio al poco rato de enterarse que habían secuestrado a su amigo. Era el homenaje que su amistad exigía.

El Toba es un ejemplo de los que dieron su vida por la demencia de las Fuerzas Armadas de la época, nunca mejor expuesta que en las palabras del general Ibérico Saint Jean, gobernador de la Provincia de Buenos Aires, durante la dictadura del general Jorge Rafael Videla: “Primero mataremos a los subversivos, después a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, después a los que permanezcan indiferentes”.

Con respeto y admiración, hago mías -como mi humilde homenaje al Toba- alguna de las palabras de aquella memorable carta que enviara Wilson a Videla el 24 de mayo de 1976, cuatro días después de su muerte cruel, absurda y criminal:

“Héctor Gutiérrez Ruiz es -porque eso no puede quitárselo nadie- el Presidente de la Cámara de Representantes del Uruguay. Representa en ella al Partido Nacional, a pesar de un comunicado expedido desde Montevideo por quienes se ceban, como algunos animales inmundos, en los propios cadáveres.

”La condición de integrante del Partido Nacional, de blanco, como decimos los orientales, la damos y quitamos los blancos mismos, y no está al alcance de los enemigos de su patria y de su partido.

”Tenía 43 años y presidía una maravillosa familia cristiana que integraban con su mujer y sus cinco hijos”.

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Gustavo Penadés

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