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Calidad institucional

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Juan Martín Posadas

Cuando se definen los elementos constitutivos de un país desarrollado y moderno se incluye, en los primeros lugares, la calidad de sus instituciones. En las sociedades primitivas las instituciones son prescindibles y el funcionamiento de la sociedad recae sobre la habilidad personal de jefes, caciques o gobernantes.

El Presidente Mujica acaba de regresar de España, a donde fue en viaje particular, para promover inversiones y negocios, no personales sino para el Uruguay. Afirmó al llegar que, a su criterio, el trato personal y la confianza que se genera en ese tipo de contactos cara a cara, son esenciales para el buen resultado de los emprendimientos internacionales. Veamos.

El Sr. Florentino Pérez, uno de los visitados, es un sagaz y rápido hombre de negocios; no suena probable que su corazón se vaya a ablandar ni un poquito por la simpatía que le pueda provocar el encuentro fugaz con un Presidente de un país cuyo PBI es a gatas mayor que el patrimonio declarado del susodicho. Él va a estar siempre más atento al resultado de sus cálculos sobre eventuales beneficios y lucro que a cualquier zalamería. Pertenece al universo de Disney pensar que con palmearle la espalda, tutearlo y asegurarle que el Uruguay es un buen destino para sus ahorros (aunque la basura nos tape en las calles y ni Florentino ni nadie pueda cobrar sus cheques) él va a soltar ni un solo duro.

El Presidente Mujica ha puesto su confianza (y su sueldo) en un programa de construcción de casas populares a ser edificadas en base a trabajo voluntario. Institucional, nada; eso sería un engorro sin la calidad moral de lo voluntario. De acuerdo. Lo que sucede es que, en una sociedad un poco más compleja -sólo un poco- que la de los Bosquimanos para que las actividades sean eficaces deben organizarse y confiar su gestión a gente capacitada; en una palabra, no se puede prescindir de lo institucional.

Este gobierno, ante el crecimiento tropical de huelgas y conflictos que brotan por todas las rendijas de su base electoral, ha dicho que su política es el diálogo. Eso es algo muy uruguayo: está incorporado a la sabiduría convencional que hablando la gente se entiende. Sin embargo la disposición al diálogo, en el caso del gobierno, debe enmarcarse en un encuadre institucional. Eso quiere decir dos cosas.

Primero, que los diálogos previstos para encaminar cada conflicto no deben tener un único y universal interlocutor sino que deben tramitarse con las respectivas jerarquías y representantes de cada instancia. Segundo, el diálogo debe ser institucional en el sentido de que tiene que darse en un terreno institucionalmente delimitado. Eso quiere decir que no todo está librado al diálogo: hay cosas que no entran en el diálogo porque están institucionalmente fijadas o establecidas: esas se cumplen y punto (y se hacen cumplir).

El estilo de este gobierno, a influjos del estilo presidencial, cautivó a muchos en un comienzo: recordemos el discurso ante la Asamblea General y otros de la primera época. Pero faltó advertir -a Mujica y a los uruguayos- que para hacer caminar lo anunciado hace falta, entre otras cosas, el sustento de un sistema institucional de calidad.

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