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Pura vida contra mísera vida

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Le pido por whassapp a mi amiga y colega Marilys Llanos que me describa brevemente La Cruz, localidad costarricense donde desde principios de noviembre vive en albergues una parte de los 8.000 cubanos que quedaron varados en Costa Rica. Marilys, que ha estado informando desde allí sobre el traslado de los primeros 180 migrantes que viajan rumbo a Estados Unidos, me escribe: es un pueblo tranquilo, tienen la amabilidad de la gente aquí y la pobreza los hace aún más humildes y hospitalarios.

Le pido por whassapp a mi amiga y colega Marilys Llanos que me describa brevemente La Cruz, localidad costarricense donde desde principios de noviembre vive en albergues una parte de los 8.000 cubanos que quedaron varados en Costa Rica. Marilys, que ha estado informando desde allí sobre el traslado de los primeros 180 migrantes que viajan rumbo a Estados Unidos, me escribe: es un pueblo tranquilo, tienen la amabilidad de la gente aquí y la pobreza los hace aún más humildes y hospitalarios.

También me relata que en este pueblo donde todavía hay viejos televisores de tubo, dos sucursales bancarias y unas pocas bodegas, la inesperada presencia de miles de cubanos ha revolucionado la apacible existencia de los lugareños.

Como si se tratara de un relato de García Márquez, en vez de llegar el circo ambulante con sus vistosos saltimbanquis, en sus vidas ha irrumpido el vendaval de unos seres que huyeron con premura de una isla que es una cárcel.

Si los ticos hablan de puntillas y su lema vital es “pura vida”, los cubanos se expresan a ritmo de comparsa atropellada y su consigna es “no volver ni para tomar impulso”. Al pacífico país centroamericano donde se honra el civismo ha arribado una tribu que, como la de Moisés, está condenada a vagar en el destierro, maltratada por un régimen que no respeta a los individuos. El destino ha querido que ticos y cubanos se unieran para protagonizar otro episodio traumático en la ya larga historia de los sucesivos éxodos bajo la dictadura castrista.

Municipio de La Cruz, en la provincia norte de Guanacaste, población 23.598 según Wikipedia. Un pequeño pueblo costero con viviendas pintadas de colores y una plazoleta. Una aldea modesta que vive de la agricultura y la pesca. Sus habitantes nunca imaginaron que un día se verían desbordados por estos huéspedes a los que hubo que acomodar improvisadamente.

En La Cruz y otras localidades, familias ticas han abierto sus puertas para acoger a familias cubanas. Y el propio gobierno se ha movilizado con la ayuda de organismos internacionales para brindarles ayuda humanitaria a los cubanos antes de que continúen su peregrinaje. Mientras en La Habana una dinastía familiar siente profunda indiferencia y desprecio por la suerte de los “súbditos” que se echan al mar o se arriesgan cruzando fronteras, en Costa Rica un presidente electo democráticamente asegura que su prioridad es preservar la integridad y dignidad de los migrantes. Pura vida es lo opuesto a una mísera vida.

Un día no tan lejano los cubanos que se arremolinaron en los albergues de La Cruz se habrán ido y su vocerío se apagará en el eco del recuerdo. De ellos quedará un mural pintado con el sentimiento del agradecimiento más profundo. La estela de la sordidez como consecuencia de la precariedad. Amistades forjadas al vuelo. Romances que se vivieron en la colmena humana. Vidas encontradas que dan para ríos de novelas que tal vez nunca se escriban.

Poco a poco La Cruz recuperará su espíritu calmoso y con el paso del tiempo, como en los cuentos de García Márquez, alguien muy mayor contará que un día ya muy lejano pasaron por allí unos hombres y mujeres que iban de paso y dejaron huella.

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Gina Montaner

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