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Martí: justicia sin odio

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Las noticias suelen opacar la consideración de otros hechos importantes.

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El pasado 19 de mayo se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de José Martí, patriota e intelectual cubano, cuya obra y pensamiento apenas se enseñan en nuestras aulas pero que constituyen un faro de humanismo en la lucha por la justicia y la libertad.

Martí nació en La Habana el 28 de enero de 1853 y murió combatiendo contra los españoles el 19 de mayo de 1895. Fue periodista, ensayista, poeta, diplomático y revolucionario, lo que le costó ser encarcelado y desterrado a España en dos oportunidades. Fue allí donde publicó “El presidio político en Cuba”, en el que describió las aberraciones de la esclavitud y el colonialismo del Imperio Español.

Precursor del Modernismo en América Latina, su literatura se destaca por la sencillez de verso y prosa. Sin embargo, se trata solo de una apariencia. Martí le daba a la construcción literaria un significado muy profundo, que iba más allá de lo estético. El lenguaje debía ser “matemático, geométrico, escultórico”, de modo que la idea encaje “tan exactamente que no pueda quitarse nada de la frase sin quitar eso mismo de la idea”.

En Martí, como en pocos próceres de la independencia americana, se funde el espíritu auténticamente liberal y humanista en la lucha por la libertad. Por ejemplo, creía que el obrero tenía razón en pelear por sus derechos (“mientras haya injusticia, se pelea”, afirmaba en una de sus célebres citas) pero buscando la armonía con el capital.

Como alguien lo definió alguna vez, Martí era un revolucionario sin odio. Por eso despreciaba a “los bárbaros que todo lo confían a la fuerza y a la violencia”, pero que, prisioneros de su propio odio, resultan incapaces de construir nada. “Los hombres se dividen en dos bandos, decía el poeta: los que aman y fundan, los que odian y deshacen.”

Su pensamiento plantea un equilibrio entre el sentido de justicia para lo que se reclama como un derecho propio, y la injusticia que encierra la violación del derecho ajeno. En una expresión radicalmente liberal, Martí establece que la felicidad general resulta de la independencia individual, de la búsqueda y conquista que los habitantes de una comunidad puedan procurarse por sí mismos.

Fuera de toda concepción de clase o de familia, Martí plantea que el ser humano debe ser medido por la dimensión de sus obras y que la condición de líder se gana practicando con el ejemplo, superándose, desarrollando la capacidad de “ver más lejos”.

En “El presidio político en Cuba”, una obra de cruda sencillez, aparecen unas líneas de sus verdugos españoles que sintetizan su profundo espíritu humanista y su convicción de que el motor del cambio social es (debe ser) el amor y no el odio: “Dejadme que os desprecie, ya que yo no puedo odiar a nadie; dejadme que os compadezca en nombre de mi Dios. Ni os odiaré, ni os maldeciré. Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo. Si mi Dios maldijera, yo negaría por ello a mi Dios”.

Las noticias suelen opacar la consideración de otros hechos importantes. Lejos de alejarnos de la actualidad, el pensamiento y la obra de José Martí nos ayudan a reparar en los hechos relevantes de nuestros días con una claridad meridiana.

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Gerardo Sotelo

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