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El bloque del culebrón

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La última reunión de los cancilleres del Mercosur, celebrada el lunes pasado en Montevideo, constituyó una obra maestra del dudoso arte del culebrón político latinoamericano. Solo faltaron las bananas.

La última reunión de los cancilleres del Mercosur, celebrada el lunes pasado en Montevideo, constituyó una obra maestra del dudoso arte del culebrón político latinoamericano. Solo faltaron las bananas.

Un grupo de ministros y viceministros se reúnen a escondidas de una colega que representa a un gobierno impresentable.

Entre los presentes se encuentra un funcionario de segundo orden de un gobierno cuyo presidente, además de impresentable, es provisorio, pero igualmente presume de ser una potencia regional. Otro de los airados ministros tiene antecedentes poco amigables con los derechos humanos, por no entrar en detalles.

El anfitrión, haciendo gala del proverbial civismo de su país, trata de hacer cumplir la ley. Concurren en su favor los acuerdos que los vinculan, pero solapadamente, opera en su contra la tesis sostenida por el expresidente de su pequeño país, según la cual “lo político está por encima de lo jurídico”. Al menos dos de sus colegas pretenden reeditar la “doctrina Mujica” (así llamada por el estadista que la profirió) y darle al país de gobierno impresentable, un poco de su propia medicina que lo parió como miembro pleno del bloque.

Mientras intercambiaban opiniones, mandioca, guacamole y cuentas de colores, se presenta de improviso la ministra excluida, quien pretende que le den explicaciones sobre el desaire de no invitarla a tan elevado ce-náculo. Puestos entre la espada de Bolívar y la pared, dos de los ministros más beligerantes deciden hacer pis por el foro, y en lugar de dar la cara, corren a los gabinetes higiénicos.

La dama sale a revelar ante la prensa semejante descortesía, en un discurso algo incoherente y cursi, como todo culebrón que se precie.

¿Es este el Mercosur que merecemos? ¿Somos los habitantes de los países así representados, eso? El culebrón sería todo un éxito si no tuviera de rehenes a millones de latinoamerica- nos, cuyas vidas y futuro están en manos de semejante patulea.

Justo es reconocer que le cupo al gobierno uruguayo, representado por el ministro Nin Novoa, un desempeño ejemplar, basado en la legalidad y el respeto a las formas, acaso la mayor fortaleza de cualquier país digno de consideración.

El problema que tenemos los uruguayos en estas circunstancias es que la comparación nos expone al riesgo de no parecer modestos. La pose modesta es, junto a la parquedad y la garra charrúa, tres de nuestros mitos fundacionales. Para evitar desbordes de arrogancia ciudadana, propongo que el sistema político uruguayo deje de compararse con los países de la región. Podría ensayarse una canasta de países, como la hay de monedas, de modo de ubicarnos en un entorno político y civilizatorio que, a la vez, nos represente y exija.

¿Qué tal comparar nuestro desempeño con Irlanda, Finlandia, Chile, Costa Rica y Nueva Zelanda? La lista es solo tentativa. Lo importante es que pasemos de protagonizar un culebrón tercermundista a integrar el reparto de un buen filme de autor, o al menos de una comedia entretenida y aleccionadora.

Con respecto a la última reunión de cancilleres del Mercosur, solo faltaron las bananas.

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Gerardo Sotelo

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