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Uruguayidad al palo

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Francisco Faig
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El tiempo de Julio Bocca en el ballet nacional del Sodre fue formidable. Su balance en una entrevista en El País del martes pasado dice muchas verdades.

Fue formidable. Mejoró la calidad del ballet y lo llevó a un nivel de excelencia internacional; con planificación y exigencia permitió también desarrollar conocimientos y tareas vinculadas al baile, como los decorados de sus obras, que terminaron exportándose; aumentó la cantidad de funciones por año y llevó sus espectáculos a todo el país, con gran respuesta del público; sedujo a extranjeros que decidieron radicarse aquí para trabajar en un ballet que realizó giras mundiales antes absolutamente impensables; nos mostró, en definitiva, que es posible hacer las cosas bien y ser exitosos.

Pero Bocca se cansó de la lógica del trabajo de oficina, de la desidia de la burocracia que empantana los tiempos de cualquiera que procure destacarse, de la labor cotidiana del funcionario público desahuciado en su esfuerzo porque sabe que "gana más el que trabaja menos y gana menos el que trabaja más". Se trata de todo lo que hace a la vieja y extendida mezquindad del uruguayo medio, gris, envidioso, sin voluntad más que para el reclamo particular que le asegure algún beneficio, alguna prebenda, algún garroneo de cualquier especie pero que siempre se mantenga alejado de consideraciones de productividad o de criterios de excelencia. Esa uruguayidad sórdida enquistada en el Estado, frustrada en sus ambiciones y que con cada amarga cebadura de mate anhela un esmirriado futuro de jubilación que dilate algunos años más su mísero desgano vital, es lo que pone la espada de Damocles sobre el exquisito ballet que dejó el argentino.

Quizá la notoriedad de este paréntesis de excelencia nos permita ver mejor que eso mismo que acabó con Bocca es lo que también agota al país realmente productivo, eficiente, emprendedor y competitivo internacionalmente. No el de los curros del Fondes o el de los cómodos sueldos jerárquicos estatales de la nomenclatura frenteamplista. Sino el país de punta en productividad lechera, el que se destaca en Hereford en el mundo, el de mejores rendimientos de arroz o soja a nivel internacional, el de excelentes equinos de exportación, el de inteligentes emprendimientos turísticos o industriales que hacen ganar mucho dinero: es decir, el Uruguay del ámbito privado y empresarial que no pide prebendas y curritos al Estado, sino que solo precisa que lo dejen trabajar, hacer, crear, invertir, prosperar.

Ese Uruguay quiere que lo dejen ser el Bocca de la riqueza nacional, sin el lastre de la ineptitud de la función pública burocrática: esa que sangran nuestros gordos y vernáculos sindicalistas con sus ridículas marchas para luchar contra el imperialismo; esa de cuyas cúspides de altos salarios se terminan beneficiando siempre la impericia, la incapacidad y la torpeza del clientelismo político compañero.

Infelizmente, ese país genuinamente productivo seguirá penando sin remedio. Como Bocca en estos años, cada tanto podrá mostrar su excelencia mundial, decir su cansancio o expresar su justificadísimo hastío. Pero a diferencia de Bocca, está condenado como Sísifo a cargar por siempre la pesada piedra de esta perpetua uruguayidad al palo.

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