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Uruguay internacional

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JUAN MARTÍN POSADAS

Ese es el título que lleva uno de los libros más conocidos escritos por Herrera, el dirigente político que dedicó más afanes a la preservación de la identidad y la soberanía de esta República. Para la mayoría de los uruguayos de hoy -incluidos muchos dirigentes- el estado de las relaciones internacionales del país no reviste mayor interés. Al aproximarse las elecciones el tema no se puede soslayar.

El ciudadano común poca cosa puede hacer en el plano de las relaciones internacionales de su país. Sin embargo es conveniente que tenga ideas claras y opiniones firmes al respecto. La política internacional de un país se maneja desde la diplomacia pero se apoya en la opinión pública. Nuestro país, al ser pequeño, está expuesto a la influencia exterior, por un lado, y por el otro y por el mismo motivo, necesita buenas relaciones con sus vecinos y con todo el mundo.

En los últimos años el Uruguay ha perdido gran parte del prestigio y respeto internacional del que gozó durante mucho tiempo y ha echado a perder sus relaciones con los vecinos. Tenemos una pésima relación con el gobierno de la Argentina y, en la otra dirección, la Cancillería brasileña -mejor dicho el asesor con nombre de emperador romano que asiste a Lula en temas internacionales- se refiere a nuestro país como enano llorón. No hay en todo el continente dos países más parecidos, más próximos y más hermanos que Uruguay y Argentina. Pues, nuestro gobierno y el gobierno argentino, uno por soberbio, y el otro por distraído y los dos por burros, han podrido sus relaciones mutuas. Uruguay no tiene socio comercial más importante que Brasil: sin embargo nuestras relaciones comerciales marchan a los tirones. La cuestión relevante no es quién tiene la culpa sino aplicar la inteligencia y la astucia necesaria para cambiar las cosas.

Le dimos la espalda al gobierno de Estados Unidos (a pesar de que nos salvó de la crisis financiera del 2000, hecho reconocido aun por el Presidente Vázquez) y rechazamos un Tratado de Libre Comercio con ellos (que el mismo Vázquez se disponía a firmar considerándolo una oportunidad única). En vez de eso volcamos nuestras relaciones exteriores hacia los gobiernos latinoamericanos más primitivos, folklóricos y populistas que pueblan la región, dispensando sonrisas de gratitud hacia el comandante Chávez (cuando tenía el cinto hinchado y dado vuelta costeando sus pretensiones de liderazgo continental).

Nuestro gobierno de izquierda no se ha acercado ni mostrado interés alguno por tener lazos con Chile, país donde la izquierda gobierna hace más tiempo y con mayor éxito material y reconocimiento de su propia gente. Lagos terminó su mandato con 70% de aprobación y Bachelet, que tuvo altibajos, está ahora en 65%.

En los últimos años se han creado una serie de organismos internacionales (la mayoría de papel): el Parlasur, la Unasur, el Banco del Sur y no sé cuantos más. Nos anotamos en todos. No nos hemos percatado que esa fecundidad es meramente el resultado de una competencia de vanidades entre Brasil y Venezuela para ver quien de los dos se queda con el título de potencia hegemónica de la región. Mientras tanto se muere lo único que tiene sentido, el Mercosur.

Cuanto más pequeño es un país, más inteligente debe ser su servicio diplomático. La gente, la opinión pública, debería velar por ello. La discusión de cómo debe ser la inserción internacional del país será una de las áreas neurálgicas entre las que deberemos elegir en octubre.

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