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¿Tiene razón Constanza?

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En un reciente y extenso artículo sobre el asunto de Ancap y el Frente Amplio, Constanza Moreira escribe lo siguiente: “Sea porque los nuestros fueron buscando una línea de convergencia más al centro, sea porque ganamos la batalla ideológica en algunos campos, lo cierto es que la derecha abandonó la discusión sobre fines hace tiempo. Hoy nos critican los medios. Y el campo de batalla es ese”.

En un reciente y extenso artículo sobre el asunto de Ancap y el Frente Amplio, Constanza Moreira escribe lo siguiente: “Sea porque los nuestros fueron buscando una línea de convergencia más al centro, sea porque ganamos la batalla ideológica en algunos campos, lo cierto es que la derecha abandonó la discusión sobre fines hace tiempo. Hoy nos critican los medios. Y el campo de batalla es ese”.

La derecha, en su jerga simplista, es el amplio espectro que ocupan el Partido Independiente y los partidos tradicionales. Pero la afirmación da en el clavo en lo siguiente: hoy, el debate político está cubierto por un amplio manto ideológico hegemónico que no plantea casi nunca lo que Moreira llama “la discusión sobre los fines”. A pesar de constatar las enormes dificultades de las empresas públicas, el debate se centra en los medios, en la gestión, en el cómo, pero nunca en el para qué o en el porqué.

Moreira señala dos posibles razones. Por un lado, está la línea de convergencia hacia el centro, es decir, una práctica frenteamplista en el poder que olvida todo énfasis socialista y simplemente conduce las empresas públicas con el mismo afán estatista que tuvo el Uruguay batllista desde siempre, solo que acomodado al siglo XXI de bonanza económica. Por otro lado, está la idea de que la izquierda ganó la batalla ideológica, lo que implica que el sentido común ciudadano nuestro ni siquiera acepta la idea de discutir para qué queremos estas empresas públicas.

Pero lo interesante del argumento de Moreira es que en realidad están atados: es porque el Frente Amplio se corrió hacia el centro que ganó la batalla ideológica. El movimiento al centro implicó volverse conservador, haciendo un manejo conocido del Estado que la mayoría siempre prefirió. Hubo innovación, empero, cuando el Frente Amplio logró normalizar su leninismo de dogmática superioridad moral, que es la que le permite, por ejemplo, privatizar de hecho amplios campos de acción de Ancap o compartirlos con empresas extranjeras, y hacer creer, sin que se le mueva un pelo de su bigote seregnista, que así fortalece al ente público.

A todo esto se agrega su extendido clientelismo que logra sedar, incluso, al otrora fuerte músculo sindical. A nadie interesa entrar en la discusión sobre fines porque con este modelo se beneficiaron todos: nuestros sindicalistas gordos a la uruguaya y los funcionarios que ellos representan. ¿O no se han transformado en oscuros empresarios de la construcción con fondos millonarios? ¿O, en concreto, no fueron los salarios de Ancap los que más subieron?

Así las cosas, siempre evitamos enfrentarnos a lo que durante tantos años mostrara Carlos Maggi en estas páginas, y que es que en su estado actual las empresas públicas son un obstáculo al genuino desarrollo del país. Porque además, sabido es que quien ponga en tela de juicio sus actuales diseños institucionales y sus finalidades, por ejemplo, obtendrá la automática descalificación izquierdista ad-hominem por neoliberal, vende-patria y antipopular.

Criticar los medios parece un camino corto. Pero hacia allí convergen el conservadurismo de la izquierda, su infantilismo moral y su amplio clientelismo. No es poco para criticar.

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Francisco Faig

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