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Ojo con Macri

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Argentina ocupó un lugar destacado en Sudamérica a lo largo del siglo XX y con voluntad de liderar el espacio mundial hispanoamericano. Si estos años de Macri en su presidencia logran encaminarla en un sendero de modernidad y desarrollo, su despegue puede tener consecuencias geopolíticas importantes.

Argentina ocupó un lugar destacado en Sudamérica a lo largo del siglo XX y con voluntad de liderar el espacio mundial hispanoamericano. Si estos años de Macri en su presidencia logran encaminarla en un sendero de modernidad y desarrollo, su despegue puede tener consecuencias geopolíticas importantes.

En este siglo XXI nuestro otro gran vecino logró alejarse de Buenos Aires en su protagonismo internacional. Octava potencia económica mundial, de gigante demografía, principal aliado de Estados Unidos en la región y protagonista de primer orden de la problemática ecológica internacional, Brasil pareció liquidar con éxito su histórica rivalidad con Argentina en el continente. Pero las apariencias engañaron.

El freno político kirchnerista se liberó. Si Argentina logra insertarse en esta economía globalizada con crecimiento y apertura, encontrará aliados importantes para volver a equilibrar la balanza de poderes regional. Chile y Perú, por ejemplo, ya no son aquellos pobres países de los años sesenta. Colombia también ha emprendido un camino venturoso. Todos ellos, países relevantes de la Sudamérica hispanoparlante, pueden contar con México y con la fuerte España para avanzar en intereses conjuntos.

En este esquema, el pequeño Uruguay debe revisitar sus certezas de estos años de ola progresista regional. Su mejor tiempo, los años veinte del siglo pasado, fue también la mejor época de Argentina. Un nuevo impulso de una Argentina “para la Humanidad”, como la quería aquella elite porteña globalizada, puede ser un apoyo fuerte a una mayor apertura comercial, cultural y geopolítica para Montevideo. Ya no hay estribo brasileño del cual colgarse; ya no hay Mercosur encerrado al cual implorar: Argentina parece querer volver a ocupar protagonismo internacional propio. Eso cambia toda la región, sobre todo cuando Brasil se empantana en las consecuencias de sus excesos económicos populistas.

Sería muy torpe enamorarse ahora de Macri, como antes el Frente Amplio se rindió al progresismo de los Kirchner y su prédica de patria grande que tanto sigue entusiasmando a Mujica. El asunto pasa por entender la magnitud del cambio y asumir la oportunidad de ganar espacio propio. Si Buenos Aires vuelca su gran peso específico hacia una mayor apertura al mundo, Montevideo puede aprovechar para sumarse a ese tipo de estrategia que ya avanza en los países del Pacífico sudamericano, pero también en las mayores potencias occidentales -Europa, Estados Unidos y Canadá. Así se quita el lastre del encierro mercosuriano que tanto daño nos ha hecho en estos años.

El tren de Macri está empezando a andar. No es que vayamos a perderlo, porque no hay que tomarlo. Sí hay que darse cuenta que libera vías para avanzar desde nuestro propio tren en el objetivo de una mayor apertura al mundo. En ese sendero ya hay países en la región que vienen progresando decididamente y pueden ser nuestros aliados: Chile es el más notorio y exitoso.

Para todo esto se precisa pragmatismo en el manejo de la política exterior. Se sabe, el canciller lo tiene. El problema, como siempre, es el muro de yerba del comité de base frenteamplista. Si esta vez no jugamos bien, nos arriesgamos a quedar varados en Pampa y la vía.

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Francisco Faig

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