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Las mujeres en el nuevo Uruguay

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Uno de los cambios más relevantes en el cotidiano de nuestra sociedad es el nuevo papel que ocupa la mujer. Alcanza con apreciar algunos afiches publicitarios de mediados del siglo XX para percibir lo mucho que se ha avanzado en el camino de la igualdad de género.

Uno de los cambios más relevantes en el cotidiano de nuestra sociedad es el nuevo papel que ocupa la mujer. Alcanza con apreciar algunos afiches publicitarios de mediados del siglo XX para percibir lo mucho que se ha avanzado en el camino de la igualdad de género.

Sin embargo, el patriarcado y su correlato, el masculinismo, siguen vivitos y coleando. El patriarcado, entendido como una ideología que desde una serie de prácticas historiográficas, filosóficas y culturales, aseguran la dominación de los hombres sobre las mujeres; el masculinismo, entendido como la construcción social de un extendido discurso que da por obvio que existe diferencias fundamentales entre los hombres y las mujeres. Desde allí, acepta sin poner en duda la división sexual del trabajo, y da por bueno el papel dominante de los hombres en las esferas públicas y privadas.

En este esquema, las diferencias sociales entre hombres y mujeres no son el simple reflejo de la vieja lógica liberal basada en los distintos talentos y virtudes individuales. Hoy, a pesar de que las mujeres trabajan a la par que los hombres, ellas reciben un salario inferior por la misma tarea. Y a pesar de que hay más mujeres que hombres que egresan de Universidades, los altos cargos empresariales siguen estando ocupados sobre todo por varones.

La realidad es que se precisa seguir avanzando en políticas públicas que promuevan la igualdad de género. Claro está, la mayor visibilidad que ha tenido estos años la violencia doméstica ha sido una excelente noticia, y se debe al impulso dado particularmente por los gobiernos de izquierda. Lo mismo ocurre con la decisión, ampliamente legitimada por la ciudadanía, acerca de la despenalización del aborto. Y por supuesto, será importante también la implementación de cuotas de género en las listas de representantes, cuyo resultado concreto se evaluará en la próxima integración del Parlamento.

En estos años también hemos avanzado en lo que se conoce como el “gender mainstreaming”, es decir, en la integración sistemática en el diseño de políticas públicas de evaluaciones sobre las consecuencias que ellas tienen para la efectiva promoción de una mayor igualdad de género. Pero se precisa tomar más medidas concretas.

En este sentido, se hace urgente multiplicar y mejorar las guarderías públicas de calidad que sean un instrumento confiable para el desarrollo laboral de las mujeres-madres. Francia, por ejemplo, ha llevado adelante una política que se traduce en altas tasas de fecundidad relativas. También el ejemplo de las políticas sociales en Dinamarca muestra que un niño nacido en un hogar de padres con menor calificación laboral tiene 4 veces más posibilidades de llegar al liceo que un niño estadounidense o alemán en la misma condición.

Así, hay ejemplos exitosos en el mundo de políticas que promueven la igualdad de oportunidades de las nuevas generaciones a la vez que desarrollan la igualdad de género. En una sociedad fracturada como la nuestra, importa prestarles atención porque muestran opciones concretas que ayudan a alcanzar esos objetivos.

Todos estos son cambios que llegaron para quedarse porque van en el sentido de la Modernidad: promueven una mayor igualdad entre los seres humanos. Nadie quiere una restauración que nos devuelva a los perimidos años cincuenta.

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Francisco Faig

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