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La izquierda dogmática

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Francisco Faig
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En estos años de gobiernos frenteamplistas ha ganado mayor protagonismo cierta izquierda antiliberal.

Ella se considera moralmente superior, evalúa las ideas en función de quién las enuncia y aprecia solo las surgidas desde su propio campo. Sobre todo, divide al mundo entre amigos que siempre tienen razón y enemigos que nunca la tienen.

Abundan ejemplos de su accionar. Quizá uno de los más ridículos a la vez que divertidos, haya sido constatar cómo muchos de quienes comulgan con esa concepción izquierdista dogmática pegaron alaridos histéricos por un cartel lleno de humor sobre perros y mexicanos. Lo estimaron discriminatorio (contra los mexicanos). Sin embargo, tiempo antes, habían guardado sepulcral silencio cuando el expresidente Mujica, muy serio, tildó a las empleadas domésticas peruanas de "dóciles". O aquellos otros cruzados, siempre prestos a balar como ovejas (negras) en celo ante cualquier embate reaccionario contra la homosexualidad, pero que cuando murió Fidel Castro, feroz represor de homosexuales y gran homofóbico, participaron activamente en sentidos homenajes hacia su figura.

Es un error pensar que tanta sensibilidad izquierdista dogmática sea un efecto perverso del bucólico paisaje de nuestra penillanura suavemente ondulada, o la actual consecuencia de los litros de mate que terminarían por lavar (también) el cerebro de nuestro preclaro oriental de comité de base. En realidad, ella ya estuvo bastante extendida por todo Occidente en tiempos de Guerra Fría.

En Francia, por ejemplo, ese brillante intelectual que fue Raymond Aron la sufrió sin remedio a lo largo de su carrera como profesor universitario, excepcional ensayista y agudo editorialista entre 1945 y 1983. En sus muy recomendables "Memorias", Aron se detiene en una expresión surgida en los años 70 y que es todo un resumen del talante bien propio de esa izquierda dogmática universal: "prefiero equivocarme con Sartre que tener razón con Aron".

Jean Paul Sartre fue un brillante filósofo existencialista de su tiempo y tuvo por años un infame compromiso político con el comunismo. Eso lo llevó a afirmar, por ejemplo, al volver a París en 1954 de un viaje por la Unión Soviética, que allí "la libertad crítica era total", cuando la verdad era que se sufría una férrea dictadura. Pero Sartre, para la izquierda dogmática con su lógica schmitteana antiliberal amigo-enemigo, era antes que nada un compañero de ruta. Poco importaba entonces que la verdad de lo que ocurría en Moscú fuera pregonada por Aron, que por definición era considerado un enemigo.

Como bien explica Tony Judt en El peso de la responsabilidad, el inflexible anticomunismo de Aron lo llevó a ser muy mal visto en los círculos intelectuales y académicos izquierdistas bien pensantes del París de posguerra, que eran por cierto la amplia mayoría. Hombre de un enorme coraje personal, Aron fue también el mayor inconformista intelectual de su época. Acerca de su tarea, decía que "la nuestra nunca es una batalla entre el bien y el mal, sino entre lo preferible y lo detestable".

Es una quimera, lo sé, pero para enfrentar al dogmatismo tribal que la sojuzga, qué bien vendría que nuestra izquierda vernácula leyera y aprendiera del Opio de los intelectuales de Aron.

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