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Cosas de negros

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Lo políticamente correcto parecía una moda pasajera pero hace un tiempo ya que sus tiquismiquis molestan. Su última entrega son los consejos de la guía “Educación y Afrodescendencia” elaborada por el Ministerio de Desarrollo y la ANEP.

Lo políticamente correcto parecía una moda pasajera pero hace un tiempo ya que sus tiquismiquis molestan. Su última entrega son los consejos de la guía “Educación y Afrodescendencia” elaborada por el Ministerio de Desarrollo y la ANEP.

Según el censo de 2011, algo más de 255.000 personas, un 8,1% del total, se definieron a sí mismas como afrodescendientes. En general, es una población que tiene más carencias que el resto. Es más pobre: mientras que entre la población no afrodescendiente el total de personas que sufre al menos una Necesidad Básica Insatisfecha es de 32,2% del total, entre los negros alcanzan el 51,3%. Y es una población que recibe menos educación: mientras que cerca de la mitad del total de los jóvenes de 18 años ya no asiste a la educación formal, entre los adolescentes negros esta proporción es de dos de cada tres.

El problema es que estas correlaciones no implican causalidades. No es porque son negros que son más pobres o menos educados que el resto. Aquí no hay barreras legales y racistas para impedir el ascenso social de los negros, como sí las hubo, por ejemplo, hasta hace medio siglo en Estados Unidos. Aquí no hay barrios o regiones en donde solo vivan negros: su mayor proporción no supera el 20% en ciertos barrios de Montevideo, en Artigas o en Rivera.

Es que si bien es cierto que hubo y habrá actitudes y personas racistas, nuestra integración republicana siempre siguió el principio liberal de que entre los individuos no hay más diferencias que las que surgen de sus distintos talentos y virtudes. Somos una nación hecha de ciudadanos iguales, cuya promesa colectiva es que todos podemos construirnos un futuro mejor, viviendo en libertad y sin importar cuál sea nuestro origen geográfico.

La lógica implícita de esta nueva guía es muy distinta, porque adhiere a un tipo de integración anglosajón y comunitarista que está muy alejado de nuestra tradición liberal. Con el pretexto de promover lo que cree es un pluralismo cultural, la guía quiere hacer visibles nuestras “matrices africanas”. Así, incentiva a que los niños aprendan cosas de negros de Zimbabwe o Sudáfrica. En filigrana se percibe el mismo criterio racista que usó la intendencia de Montevideo cuando creó un servicio de “salud étnica” para negros porque, dijo, hay ciertas enfermedades que aquejan más a los negros que al resto.

El origen del sustantivo afrodescendiente para designar lo que antes era, pacíficamente, un negro, seguramente provenga de la adhesión a lo político-lingüísticamen- te correcto importado de Estados Unidos: en inglés “nig-ger” es peyorativo y “african descent” no. Servilmente, algunos colectivos dedicados a estos asuntos cargan sobre el sustantivo negro una con- notación negativa que, en realidad, entre nosotros no siempre tiene. Y cuando la tiene, no se asemeja a “nig-ger”. Además, son capaces de actuar con sesgada histeria: si de Posadas habla de “merienda de negros”, chillan y se rasgan las vestiduras; si Muji- ca dice “trompada de negro”, silban bajito y miran para otro lado.

Los problemas que sufren los negros son esencialmente similares a los de los rubios o los trigueños de sus mismas clases sociales. Basta ya de tanta estupidez disfrazada de corrección política.

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Francisco Faig

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