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La burguesía frentista

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Hay un mito, alimentado por cierta intelectualidad y algunos sectores políticos afines a la izquierda, que quiere hacer creer que el Frente Amplio es nada más que la representación de los intereses populares. La verdad es un poco diferente.

Hay un mito, alimentado por cierta intelectualidad y algunos sectores políticos afines a la izquierda, que quiere hacer creer que el Frente Amplio es nada más que la representación de los intereses populares. La verdad es un poco diferente.

Nadie puede negar que en esta década hubo mejoras económicas y sociales que beneficiaron a las clases populares: desde el aumento sostenido del salario mínimo sin suba del desempleo, hasta cobertura de seguridad social de sectores antes desprotegidos —el del servicio doméstico es el más notorio—, pasando por decisiones que aseguraron cierto reconocimiento social (acceso a mutualistas) o mayores monto de las jubilaciones más sumergidas, por ejemplo.

Pero no hay que ser ingenuos. El voto al FA en las clases más acomodadas también fue mayoritario. Algo de razón tuvo el intendente Zimmer cuando declaró al analizar los resultados de octubre, que lo que le llamó la atención fue la votación de la lista 609 de Mujica: “La gente de clase media y clase alta también votaron al Pepe, porque están bien económicamente, a pesar que le cobran impuestos altos. Ellos tienen ahora buenas ganancias y eso se traduce en el voto”.

Todos los partidos políticos del país son policlasistas. Pero en estos años, los partidos tradicionales han caído en una tentación que los perjudica enormemente. Al hacerse eco de reclamos empresariales, o quedar siempre alineados en la defensa de los sectores más acomodados, avivan el estigma de ser voceros de los más favorecidos de la sociedad. Ejemplos sobran: la insistencia en bajar el IRPF; el debate sobre la ley penal empresarial; la queja sempiterna por el aumento de los impuestos (¡para el campo!); o la defensa de las jubilaciones más altas, entre otras.

¿Qué ganan electoralmente los partidos tradicionales en ese juego? Absolutamente nada. Por un lado, es notorio que se han ido alejando de sus bases populares, en un proceso que se ha agravado en esta década, ya que el mundo urbano del interior también vota cada vez más al Frente Amplio. Pierden así legitimidad como representantes de las clases populares, que son las más nutridas. Por otro lado, mientras se empecinan en querer defender a los que más tienen, esos grupos sociales y económicos terminaron votando, también mayoritariamente, al FA.

Hay una burguesía que ya arregló. Hizo muchísima plata en estos años. En Punta del Este, en Punta Gorda o en la estancia, no se agita por la salud republicana del país. No cree que los partidos tradicionales puedan gobernar mejor, están muy conforme con los gobiernos de izquierda.
En este escenario, los dirigentes blancos y colorados debieran de repetir mil veces antes de definir estrategias de futuro: la clase media y la clase alta votaron mayoritariamente a Pepe. Y otras mil veces: debo atender los intereses de las clases populares. Y otras mil veces más: las clases populares no son las que pagan IRPF, más de la mitad de los trabajadores cobran menos de $ 16.000 por mes, y más de dos tercios de los pasivos perciben menos de $ 17.000 por mes.

En campaña, Constanza Moreira usó el poema de Benedetti “los pitucos” para recordarnos, desde su sesentismo, a qué clase social hay que odiar. Pero, ironía posmoderna, muchos pitucos también son frenteamplistas.

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Francisco Faig

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