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Shakespeare para lectores políticos

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El 2016 será un año ideal para evocar a Shakespeare al cumplirse los 400 años de su muerte, por lo cual se preparan grandes actos en su Inglaterra natal y en el mundo.

El 2016 será un año ideal para evocar a Shakespeare al cumplirse los 400 años de su muerte, por lo cual se preparan grandes actos en su Inglaterra natal y en el mundo.

Bien se ha dicho que buena parte de su obra gira en torno a la cuestión del poder, razón por la cual hay frondosos análisis políticos de algunos de sus textos cuyas tramas versan sobre luchas estatales, conjuras sucesorias y oscuras traiciones. Aunque se habla a veces de un Shakespeare político, es difícil definir exactamente cuáles eran sus ideas en esa materia, u obtener su opinión sobre los políticos, o siquiera saber si los respetaba al menos por la calidad de sus discursos. Este es otro de los tantos enigmas en torno al bardo de Avon.

De lo que no hay duda es que de asuntos políticos sabía mucho, según las pistas que dejó en sus dramas, y que lo retratan como un escritor cercano al poder y a los asuntos de Estado. El hombre que imaginó el vibrante discurso de Enrique V antes de la batalla de Agincourt (“nosotros pocos, felices pocos, banda de hermanos…”), o que concibió el responso fúnebre de Marco Antonio ante el cadáver ensangrentado de Julio César (“era mi amigo leal y sincero, pero Bruto dice que era ambicioso…”) no podía ser un novato de la política sino un maestro de oradores, experto en el arte del liderar a las masas a través de la palabra.

En el primer caso, basado en un hecho histórico, Shakespeare muestra al joven rey inglés Enrique V que debe presentar batalla en condiciones desfavorables contra un ejército francés que lo quintuplicaba en número. Decidido a levantar el ánimo de sus debilitadas tropas, lanza una arenga que galvaniza a los suyos y los conduce a una resonante victoria. En el segundo caso, también histórico, registra el discurso en el cual Marco Antonio simula defender a Bruto, asesino de Julio César, cuando lo que busca -y consigue- es probar la perversidad de su magnicidio y predisponer a la gente en su contra. “Palabras, palabras, palabras”, se queja Hamlet, entre sus perpetuas dudas por resolverse a actuar. Es posible que sean solo palabras eso que los lectores del bardo inglés tanto admiran, pero es sabido cuánto le debe la política a la retórica, al don de inspirar y convencer a la gente. Shakespeare tenía ese don que eriza la piel de los espectadores cada vez que en cualquier teatro y en cualquier idioma, un actor interpreta a Enrique V hablándole a su ejército entre las brumas de Agincourt, o a Marco Antonio discurseando con frases de doble sentido en el dramático funeral de Julio César.

Hay en esto una extraña paradoja, otro punto de incertidumbre sobre Shakespeare. Quien fuera tan grande maestro de oratoria desconfiaba de las personas -en especial de los políticos- que hablan demasiado. “Mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”, es lo que recomienda en una de sus tragedias. “Hombres de pocas palabras son los mejores”, apunta en otra. Así, el mejor redactor de discursos de todos los tiempos pone en entredicho el valor de sus propias habilidades dialécticas sin temor a confesar su inseguridad respecto a la naturaleza humana.

La mejor manera de evocar a este talento literario en su año es leer sus textos y, en particular, para los interesados en política, se recomiendan dos de sus obras: Enrique V y Julio César.

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Antonio Mercader

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