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Una gran pérdida

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Alejandro Zaffaroni, el empresario uruguayo más exitoso de todos los tiempos, acaba de morir en California a los 91 años. Su muerte no debería pasar desapercibida incluso en Uruguay en donde los buenos empresarios suelen carecer del reconocimiento que se les brinda en los países desarrollados. El caso de Zaffaroni es excepcional.

Alejandro Zaffaroni, el empresario uruguayo más exitoso de todos los tiempos, acaba de morir en California a los 91 años. Su muerte no debería pasar desapercibida incluso en Uruguay en donde los buenos empresarios suelen carecer del reconocimiento que se les brinda en los países desarrollados. El caso de Zaffaroni es excepcional.

El fundador de la legendaria corporación ALZA (acrónimo de su nombre), inventor del parche transdérmico y uno los padres de la píldora anticonceptiva, fue definido como “un genio que supo combinar como nadie la ciencia y los negocios”. Graduado como médico en nuestro país, estudió bioquímica en Estados Unidos e instaló su laboratorio en el campus de la universidad de Stanford, en Palo Alto.

En vez de investigar la fabricación de nuevos medicamentos Zaffaroni tuvo una idea tan simple como genial: estudiar otras formas de utilizar medicamentos ya conocidos. Así nació el famoso parche transdérmico que libera fármacos a través de la piel sin castigar el aparato digestivo, primera creación de una serie que incluyó las primeras aplicaciones de la tecnología de los “microchips” a la industria farmacéutica.

Su capacidad de innovación alivió enfermedades y mejoró la salud de millones de personas en todo el mundo adonde sus productos llegaron merced a la venta de más de 100 patentes a los grandes laboratorios médicos. Entre las numerosas distinciones y honores que recibió figura la medalla nacional al mérito tecnológico que le impuso en 1995 el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, así como el premio al “liderazgo empresarial” otorgado por el Franklin Institute.

Es que además de ser un gran emprendedor Zaffaroni fue un hábil capitán de empresa, conductor de nueve compañías exitosas que con el paso de los años fue vendiendo. Para dar una idea del volumen de negocios que alcanzó este compatriota baste decir que en el año 2001 vendió ALZA a una multinacional en 10.000 millones de dólares.

Tiempo atrás, durante una visita que le hice en su laboratorio de Palo Alto, entre los cuadros de Joaquín Torres García y las esculturas de Gonzalo Fonseca que eran algunas de sus amarras a su país de origen, Zaffaroni se emocionó al hablar de sus comienzos en Montevideo. Huérfano desde la adolescencia se abrió camino por mérito propio hasta conseguir una beca que le permitió estudiar en Estados Unidos en donde se radicó hasta su muerte.

Obsesionado con la importancia de la educación para el desarrollo de las personas y las sociedades, Zaffaroni me enseñó una placa de bronce colocada sobre su escritorio con una inscripción que decía así: “Abrir el espíritu a nuevas ideas y experiencias”. Ese, uno de sus lemas favoritos, podía fructificar en gente que hubiera recibido una educación suficiente como para “aprender a pensar” por su cuenta. Según él, allí estaba la clave del progreso.

La Universidad de la República le concedió un doctorado honoris causa, pero esa fue una de las pocas muestras de atención que recibió en Uruguay. Cuando lo entrevisté pisaba los ochenta años e invertía tiempo y recursos en causas filantrópicas en su mayoría orientadas a estimular a jóvenes estudiosos y emprendedores. A su muerte, sería bueno que su vida y obra se divulgaran más entre nosotros para que sirvan de modelo y motivo de inspiración para las nuevas generaciones. Ojalá que este breve obituario contribuya para ello.

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Antonio Mercader

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