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Un buen discurso con un borrón

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Alejandro Sánchez, de 34 años, nuevo presidente de la Cámara de Diputados, hizo el domingo pasado un discurso que quizás defina la actitud de una nueva generación de parlamentarios de izquierda. Se mostró amplio, tolerante con quienes piensan distinto, amigo del diálogo, adicto a la transacción y, sobre todo, convencido de las bondades de la democracia como sistema político.

Alejandro Sánchez, de 34 años, nuevo presidente de la Cámara de Diputados, hizo el domingo pasado un discurso que quizás defina la actitud de una nueva generación de parlamentarios de izquierda. Se mostró amplio, tolerante con quienes piensan distinto, amigo del diálogo, adicto a la transacción y, sobre todo, convencido de las bondades de la democracia como sistema político.

Sus palabras contrastaron con el discurso que pronunció diez años atrás al asumir ese cargo Nora Castro, diputada de su mismo sector, el MPP. A diferencia de Sánchez ella dedicó su oratoria inaugural a marcar su perfil y el del Frente Amplio en un tono crispado, plagado de menciones al pasado y con un talante que dejaba tendidos pocos puentes hacia la oposición.

Lo de Sánchez sonó diferente. Procedente de otro tiempo, joven para los padrones de la política nacional, se mostró más abierto. Sus colegas de todos los partidos lo elogiaron. En la pasada legislatura Sánchez se ganó fama de legislador responsable, serio y trabajador lo que le abrió el camino hacia la presidencia de la cámara.

“No venimos para pelearnos con otros sino para construir con otros las herramientas y soluciones necesarias para los problemas del país”, comenzó diciendo. Pidió que el debate parlamentario fuera “sincero, comprometido y respetuoso”. Y además exhortó a “tener orejas grandes para escuchar” los pedidos de la gente, pero con la capacidad de pensar con cabeza propia para hallar “soluciones nuevas”. Nada de esto es muy original, pero impresiona por provenir de un representante del MPP, más caracterizado en el Parlamento por su aspereza que por su apertura. A diferencia de Castro, el de Sánchez no fue un discurso de barricada dirigido más bien hacia la interna partidaria sino la síntesis de sus recetas para regir las sesiones de Diputados.

Lástima que a cierta altura Sánchez emborronó su discurso cuando, al igual que Nora Castro, se sintió obligado a reivindicar su raíz tupamara con alusiones a Raúl Sendic, fundador del grupo armado que irrumpió en el país en los años 60. Obsérvese que Sánchez era un bebé que apenas gateaba cuando la guerrilla tupamara prácticamente se había extinguido. Sus dirigentes, incluido Sendic, estaban presos y contaban con mínimo apoyo popular en un Uruguay que repudiaba la violencia y las revoluciones de tipo castrista.

Sánchez no pareció ser conciente de ello porque evocando la vuelta a la democracia en 1985 dijo que entonces había quedado atrás “la noche oscura que enlutó a nuestra sociedad cuando unos pocos pensaron que podían decidir por el resto e imponer a sangre y fuego su proyecto económico y social”. Esa es una definición que calza tanto a militares como a los tupamaros a los que Sánchez admira: unos pocos iluminados que quisieron imponer su proyecto político a sangre y fuego.

No era esperable del nuevo presidente de la Cámara de Diputados una autocrítica en torno a los tupamaros. Pero al menos se le podría pedir que mirara la historia reciente no solo como fruto de la ambición militar sino también como efecto del impacto producido por la violencia tupamara y su incidencia determinante en el golpe de Estado de 1973.

Ojalá que en este aspecto el pensamiento de Sánchez no represente a la nueva generación de políticos de izquierda. 

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Antonio Mercader

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