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La batalla por Montevideo

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Antonio Mercader
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Si el Partido Nacional pretende llegar al gobierno deberá dar y ganar la batalla por Montevideo que sigue siendo la base del poder de la izquierda. Esta es la ciudad en donde el Frente Amplio ganó su primera elección —Tabaré Vázquez electo intendente en 1989— para proyectarse después sobre el país. Si Montevideo y su zona de influencia siguen bajo el predominio de esa fuerza política ganar una elección nacional seguirá siendo muy difícil.

Este fenómeno de persistencia —casi 30 años con la gente votando el mismo partido para el gobierno municipal— podría explicarse por la gratitud de los vecinos ante espléndidas obras que hubiesen transformado la capital en una urbe moderna, ordenada, aseada y dotada de servicios dignos y eficientes. No es el caso de las seis administraciones del Frente Amplio de las cuales no puede decirse que transformaron la cara de la ciudad, o siquiera que concretaron una obra de enjundia como fue en su tiempo, por citar un ejemplo, la construcción de la rambla montevideana.

Nada de eso tiene a su favor la izquierda para reclamar el voto montevideano y sin embargo lo retiene de manera mayoritaria desde hace tres décadas. ¿Será que la ideología puede más que la basura, los crecientes impuestos, el desorden, la falta de planes o la prepotencia de Adeom? Si así fuera sería una muestra extraordinaria de adhesión a una fuerza política que, dicho sea de paso, no la está pasando bien a nivel nacional.

Aunque podrían invocarse otros factores para explicar esa fidelidad de los votantes, creo que la clave del predominio de la izquierda es la ausencia de una propuesta alternativa que resulte convincente para los montevideanos. Revisando el pasado se comprueba que a excepción de Jorge Gandini, que intentó hacerlo en tiempo y forma, los demás candidatos nacionalistas —de indudable calidad todos ellos— salieron a escena a último momento, sin mayores apoyos, para darse de bruces contra la muralla frentista. Hubo otro intento que fue del Partido de la Concertación, una idea atractiva pero mal respaldada por los partidos tradicionales que, sin embargo, le sirvió a un tercero en liza, el candidato independiente, para probar que una campaña bien hecha podía atraer el voto de muchos montevideanos desencantados con el Frente Amplio. Lástima que el protagonista de esa campaña, Edgardo Novick, en vez de usar ese primer éxito como plataforma para un segundo intento —con excelentes posibilidades— a nivel municipal, optó por lanzarse al plano nacional. Debió recordar que en política el que se precipita, se precipita.

Volviendo al Partido Nacional, es hora de que sus autoridades encaren el tema con seriedad y urgencia. Está claro que los capitalinos dejarán de votar automáticamente a la izquierda si avizoran que existe un proyecto plausible para una capital propia del siglo XXI, con una correcta administración de la comuna y un eficaz cumplimiento de las obligaciones municipales. Para ello el partido necesita organizar equipos de trabajo y designar desde ahora al candidato más adecuado, tareas que no admiten demoras. Eso rige haya o no haya Partido de la Concertación, tema sobre el cual el partido debería definirse ya. Es tiempo de empezar la batalla por Montevideo.

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