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Apogeo y caída de La Positiva

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Aunque al principio parecía una marca de productos de granja o algo similar a fuerza de insistir, La Positiva pronto identificó a un candidato más joven que el promedio, con un discurso pacífico (y extrañamente contemporizador) y un apellido cien por ciento político.

Aunque al principio parecía una marca de productos de granja o algo similar a fuerza de insistir, La Positiva pronto identificó a un candidato más joven que el promedio, con un discurso pacífico (y extrañamente contemporizador) y un apellido cien por ciento político.

Así, Luis Lacalle Pou entró a pelear la interna nacionalista contra los datos de las encuestas y la opinión de los politólogos que lo daban segundo. Su triunfo -amplio e inesperado- ante Jorge Larrañaga lo tornó finalista en las elecciones del 2014 que perdió a la postre con Tabaré Vázquez.

La historia de esa fulgurante carrera la cuenta uno de los miembros del comando de campaña del candidato, el periodista Daniel Supervielle, en un libro que, como podía preverse, tituló La Positiva. Es un testimonio interesante y detallado de esa carrera sorprendente que convirtió a un diputado de 39 años en el segundo hombre más votado del Uruguay. De su lectura se extraen algunas conclusiones a tener en cuenta.

La primera es el peso del factor generacional en un país habituado hasta la patología a que la política sea cosa de adultos mayores (por no decir cuasi octogenarios). La llegada de un juvenil Lacalle Pou, con un lenguaje moderno y gestos tales como hacer “la bandera” en un poste de Cardona, fue una ráfaga de aire fresco en un ambiente político cerrado hasta la asfixia. Fue también el llamador para una nueva generación a la que nadie le hablaba y cuyo peso no puede ignorarse (y si no, pregúntenle a los políticos españoles impactados por la irrupción de Podemos y Ciudadanos).

La segunda conclusión es que la propuesta ganadora de la interna de un partido no necesariamente sirve para ganar las elecciones nacionales. El propio Supervielle así lo admite cuando dice que “siempre quedará la duda si el endurecimiento del discurso hubiese sido lo correcto” para competir contra Vázquez. Hoy, con las cartas a la vista, puede decirse que Lacalle Pou le hizo fácil la campaña a Vázquez al mantenerse fiel a La Positiva y no recordarle algunos de sus gazapos (el pedido de ayuda militar a Bush, por ejemplo) o remachar en el clavo los horrores del gobierno de Mujica.

La tercera es que en un país conservador y renuente a tomar riesgos como el Uruguay, Vázquez “se posicionó como el garante de la zona de confort y ubicó a Lacalle Pou como la aventura de algo nuevo”, como apunta con agudeza el autor para quien ese tipo de razonamiento gravitó fuertemente entre los indecisos. La moraleja de esa historia es que en la política uruguaya vale ser joven y audaz pero con límites, algo que de aquí en más todo novel presidenciable -Lacalle Pou incluido- debería recordar.

El libro revela además “secretos de la campaña” tal como promete Supervielle en su portada. Entre ellos resaltan los concernientes a los colorados, desordenados compañeros de ruta de Lacalle Pou en la fase final, con anécdotas que describen a un José Amorín postergado por Bordaberry y apostando por el candidato blanco, y al propio Bordaberry saludando a los blancos en la noche de definición del balotaje con la frase que grabó una radio y que quedó para la historia chica de esas elecciones: “Vine para que hagan m... a Vázquez”.

La Positiva (me refiero al libro) vale la pena; como estrategia para futuras campañas creo que no.

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Antonio Mercader

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