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El ajuste fiscal y la derrota del FA

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A propósito del ajuste fiscal, varios analistas políticos anuncian que el Frente Amplio pagará un alto precio por incumplir su promesa de no incrementar los impuestos. Dicen que no logra probar que sabe gobernar en tiempos de escasez y sin bonanza económica. Y mirando hacia delante proclaman que la coalición de izquierda, desgastada y desunida en su tercer gobierno, arriesga perder las próximas elecciones a manos del Partido Nacional, su rival más peligroso.

A propósito del ajuste fiscal, varios analistas políticos anuncian que el Frente Amplio pagará un alto precio por incumplir su promesa de no incrementar los impuestos. Dicen que no logra probar que sabe gobernar en tiempos de escasez y sin bonanza económica. Y mirando hacia delante proclaman que la coalición de izquierda, desgastada y desunida en su tercer gobierno, arriesga perder las próximas elecciones a manos del Partido Nacional, su rival más peligroso.

Ese análisis puede acertar en lo relativo a la decadencia del gobierno y del partido que lo sostiene, pero le falta confirmar el poderío de la alternativa, vale decir del partido que buscará derrotarlo en las elecciones de 2019. Se trata de saber si los blancos están en condiciones de seducir a la mayoría del electorado con un programa y candidatos que a los ojos de la gente luzcan más atractivos que los del Frente Amplio.

Para contestar a esa interrogante conviene repasar lo que el Partido Nacional hizo un cuarto de siglo atrás cuando ganó las elecciones por ancho margen, desplazando al Partido Colorado que llevaba una década en el poder. En lo previo, sus chances eran pocas. Wilson, su candidato natural, había muerto. Batlle era el favorito y un tercer gobierno colorado parecía seguro. Apenas un analista, Luis Eduardo González, creía que los blancos podían ganar. Su mérito es que lo anticipó cuando el nacionalista que a la postre ganó, Luis Alberto Lacalle, registraba apenas un 4% en la intención de voto.

En dos años, ese 4% se transformó en la “ola avasalladora de esperanza compartida” que Wilson había imaginado. ¿Cómo se hizo? Es lo que debe analizar la nueva generación de nacionalistas. Entre las claves del éxito, la primera fue el trabajo, mucho trabajo de organización partidaria, de búsqueda de la unidad y de presencia en todo el país. La segunda fue la propuesta, una serie de innovaciones para estimular el desarrollo del país, alivianar el peso del Estado sin descuidar sus funciones esenciales, y concretar reformas en una variedad de áreas. La tercera fue la actitud del candidato: buen comunicador, sin pelos en la lengua para denunciar errores del gobierno, con franqueza para reconocer los aciertos y energía suficiente para enfrentar una campaña agotadora.

Batlle, vencedor en una durísima interna colorada, avanzaba a paso triunfal hacia las elecciones de noviembre de 1989, hasta que entre él y la Presidencia, que parecía tener segura, se interpuso un candidato más joven y con ideas nuevas. Así fue que Lacalle consiguió encarnar el cambio y la renovación, algo esencial para un desafiante del poder entonces representado por el Partido Colorado. Y, contra todas las previsiones que daban a Batlle como probable ganador, la receta funcionó.

Hoy el desafío no es tan diferente. El Frente Amplio cree que aun cometiendo errores puede seguir ganando elecciones. Se lo acaba de decir Lucía Topolansky a Búsqueda cuando le preguntaron si temía que el ajuste fiscal le costara caro a la izquierda y ella recordó que en el período pasado se anunció que el desastre de Pluna iba a impactar y, sin embargo, “ganamos con mayoría parlamentaria”. Se creen invencibles. Se acerca la hora de probarles que no lo son.

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Antonio Mercader

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