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Política y dignidad

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ANÍBAL DURÁN
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En estos tiempos turbulentos que nos ha sacudido nuestra rutina, alejó nuestros afectos y mermó o se perdieron puestos de trabajo, vaya que hay que tener una postura por lo alto para encarar el desafío.

Y claro, sobre todo la oposición. El Presidente del Frente Amplio no le hace honor ni al cargo ni al Gral. Líber Seregni. Carece de señorío, vitupera por deporte y carga las tintas contra el gobierno en una actitud que ya luce hasta risueña. Y no nos olvidemos que allá por marzo, el Dr. Miranda pidió la cuarentena forzosa. Cuánto descaro y desapego a la patria. Impugna al gobierno en términos absolutos.

En una actitud contrapuesta, la Intendenta de Montevideo ha actuado de consuno con el gobierno adoptando medidas que van en la dirección correcta y esperable.

El exsubsecretario de Economía, Pablo Ferreri, escribió algún tweet en el sentido indicado, abogando por estar todos juntos en la lucha contra el flagelo.

Días pasados se publicó una encuesta donde nuevamente los políticos están mal mirados por la población, incluso se menciona a la corrupción como inserta en el sistema político. No son nada buenas las generalizaciones, pero me preocupó el dato. Tal vez esa sea una de las razones del desapego de la juventud en este tema. Falta involucramiento, miran el partido desde afuera cuando serán ellos los protagonistas del mañana.

Ya hemos dicho que la política se confunde con el interés general; un hombre político es público, pertenece a la sociedad, entonces lo mínimo que debe exigírsele es dignidad, decoro en su función . El hombre político no ejerce una profesión, cumple un mandato, el que le otorgó el pueblo y está sometido a la inspección incesante de una eventual crítica severa. Son más las diatribas que los elogios, hacia ellos. Muchas veces, sin fundamento.

El hombre público siempre está obligado a rendir cuentas y tiene a la ciudadanía como clientela. El presidente Lacalle Pou lo hace permanentemente y se somete al juicio ciudadano.

Los políticos que no están animados por el sentimiento del interés público y buscan en la política un refugio (y un salario digno), haciendo de ella un oficio cuando debería ser un deber, tienen que ser radiados. La ciudadanía debería tomar nota de ello y penalizarlos.

Porque existe una situación no menor y que siempre enfatizamos: la política es una carrera abierta. A diferencia de profesiones que exigen diplomas y exámenes, es accesible a todos. Por ello hay que honrarla y no explotarla. El único cernidor que existe son las urnas, pero los hechos porfiados demuestran que ejerce la política gente de diversa laya.

Además hay ciudadanos que por indiferencia o tal vez apego a su statu quo y algunos por cobardía, no aceptan el reto y no salen a la palestra pública. El miedo a los golpes no es siempre el principio de la sabiduría: es cierto que en el interés público, hay que decidirse muchas veces a darlos y resignarse a recibirlos.

El ejemplo de Talvi, sin embargo, luce extraño. Salió de la cómoda poltrona de Ceres a la escena política y se fue de la misma, porque las reglas de aquella no iban en consonancia con las de él. ¿Habrá visto mucho contubernio, tal vez mala fe, desidia, escasa ética? Vaya uno a saber, pero lo sucedido no es un buen ejemplo para la sociedad que tenía sus expectativas en el ex canciller.

Debemos exigir que se dignifique la política y no valerse de ella para la injuria y la bravuconada, impronta siempre presente. La actitud de Ramón Méndez, asesor de campaña del ex candidato Daniel Martínez, menoscabando al Gach, fue indecorosa y pueril. Será doctor en física pero reprobó el examen en cordura y solidaridad.

Los políticos de buena fe (ese es el cerno de la cosa, la buena fe), se deben recíprocamente un trato vibrante pero deferente, reivindicando con énfasis sus postulados pero con la dignidad del hombre que tiene sano el corazón.

El gobierno podrá tener a un jerarca que es un “Messi” para el oficio; pero si ese “Messi” no tiene hombría de bien, lenta pero sostenidamente languidecerá, perderá relevancia, respeto y será un jugador mediocre más, de los tantos.

Claro, estamos inmersos en una sociedad donde los buenos valores escasean, momento de decadencia moral y de relajamiento de los controles éticos.

La vocación de servicio debe estar ligada a la política; vocación que no debe ser mezquina, ni calculadora, ni sujeta a condicionamientos.

Para el año entrante desearles salud (y vacuna), trabajo y paz, va de suyo. La paz le brinda a la sociedad un tiempo para reflexionar, que es cuando la mayoría de las cosas buenas tienen su comienzo.

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