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Renovando miedos

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Hace unos meses el sello Ariel reeditó la trilogía de Primo Levi : Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados. Las tres tapas, puestas una junto a la otra, dibujan un prisionero en traje a rayas, que se arrastra por el piso, encadenado, mientras un cuervo le picotea los pies.

Hace unos meses el sello Ariel reeditó la trilogía de Primo Levi : Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados. Las tres tapas, puestas una junto a la otra, dibujan un prisionero en traje a rayas, que se arrastra por el piso, encadenado, mientras un cuervo le picotea los pies.

Esa imagen sintetiza la saga del joven italiano -judío, miembro de la Resistencia, que fue detenido por un escuadrón fascista en 1943 y enviado en un vagón de ganado al campo de concentración Auschwitz-Birkenau. Levi sobrevivió pese a su fragilidad física, porque sus conocimientos de química lo convirtieron en técnico-esclavo de una factoría de compañías químicas, I. G. Farben, que bajo el régimen nazi produjo, entre otras cosas, el gas Zyklon B utilizado en las cámaras de gas.

En sus libros Levi no habló tanto de aquellos que instrumentaron su calvario como de sus víctimas, dejando una larga lista de matices y perfiles psicológicos. Pocas frases le bastaron para dar cuenta del horror: “este trabajo sin esperanza, este tener siempre hambre, este dormir de esclavos”. Allí el lujo era lograr tener un pedazo de tela roída para usar como pañuelo; allí se traficaban, a todo tipo de precios, las cucharas, los mendrugos de pan, los cepillos, los clavos, la ropa de los muertos. Buenos y malos, sabios o ignorantes, cobardes y valientes, fueron clasificaciones que caducaron ante los ojos de Levi, quien descubrió que lo esencial es la distinción entre los salvados y los hundidos. Los débiles, los ineptos, los que irremediablemente terminarían seleccionados para morir en las cámaras de gas y los otros, entre los cuales pudo contarse, aferrado a sus fórmulas químicas y a un alemán elemental en que apenas sabía decir comer, trabajar, robar, morir.

Lo sucedido en la Noche Vieja en Alemania ha hecho lo mismo que las obras del intelectual italiano: concentrar la mirada no tanto en las brutales embestidas de centenares de hombres -en su mayoría extranjeros- que atacaron sexualmente a docenas de mujeres, amparados en el bullicio de los festejos, sino en las también brutales reacciones a los mismos. Provocó el mismo efecto espejo: la ola de insultos y agresiones contra los refugiados, el renovado fervor con que se agitan la esvástica, la cruz celta, la simbología del Ku Klux Klan o de las SS. Vuelven a los muros y banderas el número 88, octava letra del alfabeto que adquiere el significado de Heil Hitler; el 18NS (Adolf Hitler Nacional Socialista); el fantasma del “supremacista” blanco David Lane y sus 14 palabras (debemos asegurar la existencia de nuestra raza y un futuro para nuestros niños blancos), las alusiones en clave por medio de cifras como 14/88, o siglas como W.O.T.A.N. (Will Of The Aryan Nation: La Voluntad de la Nación Aria).

El ministro de Justicia alemán, Heiko Maas, advirtió en contra de los intentos de grupos neonazis de instrumentalizar lo sucedido el 31 de diciembre. Porque no se trata de enarbolar teatralmente un signo como lo hizo David Bowie, el genial Delgado Duque Blanco, cuando saludó al estilo nazi a sus admiradores, en años que él mismo clasificó luego como de confusión personal. No, se trata de una amenaza latente, que no ha cesado nunca.

El propio Levi advirtió acerca de su naturaleza: “En el odio nazi no hay racionalidad: es un odio que no está en nosotros, está fuera del hombre”. Su trilogía no hace sino recordarnos que los miedos se renuevan.

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Ana Ribeiro

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