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Tinetto es inocente, el gobierno no

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Es muy bueno que los jerarcas asuman la responsabilidad por los errores o malos resultados de su gestión. Pero ni José Seoane, ni Juan Pedro Tinetto, ni Mandrake pueden hacer mucho por mejorar resultados educativos, cuya gravedad se explica por causas bastante más amplias que la buena voluntad de un director de secundaria.

Esta comprobación no debe inducirnos a pensar, como se está escuchando últimamente, que la enseñanza pública no tiene solución. Para quitarse el sayo, el oficialismo ha dicho de todo: herencia maldita de partidos que no gobiernan desde hace una década, determinismo por una crisis ocurrida hace once años…

La responsabilidad del fracaso excede a Tinetto pero no al gobierno.
Hay evidencias que saltan a la vista: el largo y fatigoso conflicto docente que privó a los estudiantes de tantas horas de clase, no solo malogró su aprendizaje: acentuó su ya marcada propensión a escapar al liceo. Y de esto no tuvo la culpa el director de secundaria, sino un gobi

Es muy bueno que los jerarcas asuman la responsabilidad por los errores o malos resultados de su gestión. Pero ni José Seoane, ni Juan Pedro Tinetto, ni Mandrake pueden hacer mucho por mejorar resultados educativos, cuya gravedad se explica por causas bastante más amplias que la buena voluntad de un director de secundaria.

Esta comprobación no debe inducirnos a pensar, como se está escuchando últimamente, que la enseñanza pública no tiene solución. Para quitarse el sayo, el oficialismo ha dicho de todo: herencia maldita de partidos que no gobiernan desde hace una década, determinismo por una crisis ocurrida hace once años…

La responsabilidad del fracaso excede a Tinetto pero no al gobierno.
Hay evidencias que saltan a la vista: el largo y fatigoso conflicto docente que privó a los estudiantes de tantas horas de clase, no solo malogró su aprendizaje: acentuó su ya marcada propensión a escapar al liceo. Y de esto no tuvo la culpa el director de secundaria, sino un gobierno que debió declarar la esencialidad del servicio.

También incide la crisis de convivencia que encuentra en las instituciones educativas una peligrosa caja de resonancia.

El año pasado recorrí la mayor parte de los liceos de Montevideo, llevando un espectáculo para la promoción de salud, de la Comisión Honoraria de Lucha contra el Cáncer. Percibí el esfuerzo de directores y docentes comprometidos con la tarea educativa, muchas veces superados por circunstancias del entorno: venta de droga, patotas, amenazas, palizas, robos. La degradación de la convivencia que se gesta en las hinchadas de fútbol tiene su correlato en las inmediaciones de los liceos.

El barrabrava no es un producto de la pasión deportiva, es ya una tribu urbana que impacta a múltiples niveles. Castiga al barrio carenciado pero también al puerto de Punta del Este a medianoche. Porque su estilo fascista no está vinculado a una clase social sino a una elección cultural y ética. De eso tampoco tiene la culpa Tinetto.

Los políticos promotores del pobrismo, junto a los productores de televisión chatarra porteña y sus epígonos locales, han logrado lo impensable en el país de José Pedro Varela: instalar a todos los niveles una cultura lumpen que se jacta de la ignorancia y la falta de civismo, y que confunde la autenticidad con el avasallamiento del derecho del prójimo.

Se habla hasta el hartazgo de la necesidad de un cambio educativo, pero se termina colgando esa etiqueta a contenidos contradictorios. Algunos creen que hay que fortalecer la enseñanza de oficios y con ello consolidan el prejuicio contra la formación académica, cargada de humanismo y promotora del espíritu crítico. Otros proponen una educación que responda a las preferencias del mismo estudiante, como si este tuviera la capacidad de discernir qué aporte científico o qué poema va a interesarle, sin conocerlos.

El único cambio posible es el que pase por un nuevo impulso pedagógico hacia la lengua, las matemáticas, las ciencias y las artes, con docentes capaces de transmitir a los alumnos su propia pasión por el conocimiento. Para pensar se precisa disponer de un vocabulario amplio y dominar las reglas gramaticales.

Para desarrollar el espíritu crítico que nos permita diferenciar una cumbia que dice "se te ve la tanga" de una sinfonía de Mozart, hace falta leer mucho y exponerse al arte en todas sus formas. Los liceos son el ámbito natural para hacerlo. Solo hay que poner voluntad política, autoridad, directores y docentes responsables, y un entorno social que no incentive nunca más la prepotencia y la terrajada.

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Álvaro Ahunchain

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