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Llamativa sumisión

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En 1564, el Papa Pío V encomendó al artista Daniele Da Volterra una tarea indigna: pintar taparrabos sobre los desnudos creados por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Esa misión contribuyó a que, a pesar de ser un destacado pintor manierista, Da Volterra pasara a la historia con el mote de “il Braghettone”. Futuras restauraciones de la gran obra permitieron borrar casi todos los agregados y dejar la ridícula orden de aquel Papa como una anécdota, que viene a cuento ahora, cinco siglos después, por una nueva y extemporánea autocensura en Europa.

En 1564, el Papa Pío V encomendó al artista Daniele Da Volterra una tarea indigna: pintar taparrabos sobre los desnudos creados por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Esa misión contribuyó a que, a pesar de ser un destacado pintor manierista, Da Volterra pasara a la historia con el mote de “il Braghettone”. Futuras restauraciones de la gran obra permitieron borrar casi todos los agregados y dejar la ridícula orden de aquel Papa como una anécdota, que viene a cuento ahora, cinco siglos después, por una nueva y extemporánea autocensura en Europa.

A raíz de la visita del presidente iraní a Italia, con el fin de restablecer relaciones comerciales entre ambos países, la delegación visitante exigió que se cubrieran todos los desnudos exhibidos en los Museos Capitolinos. El sentido común hubiera indicado realizar el encuentro en otro lugar (“se podría haber recibido al presidente iraní entre Ferraris”, sugirió con humor Giovanni Sartori), pero una diligente jefa de protocolo del gobierno italiano no tuvo empacho en cubrir con tabiques blancos excepcionales piezas escultóricas, de 2.500 años de antigüedad. Tiempo atrás, diversos delitos sexuales perpetrados por inmigrantes en la ciudad alemana de Colonia, motivaron que la alcaldesa de esa ciudad solicitara a los homosexuales que no hicieran ostentación de su orientación y a las mujeres que no se vistieran en forma provocativa.

¿Qué está pasando en Occidente? ¿Una sujeción tan exagerada al paradigma del multiculturalismo, que lleva a reprimir y censurar la propia cultura para no caer antipáticos a quienes se rigen por modelos autoritarios y represores? ¿O es miedo a atraer atentados del terrorismo fundamentalista? ¿Tal vez es claudicación de la libertad y el respeto a los derechos individuales, por meros intereses económicos? Sea una sola de estas razones o las tres, lo cierto es que las libertades tan duramente conquistadas, por un Occidente que en el pasado supo de represión e intolerancia, ahora caen en el riesgo de perder vigencia, por presión o contagio de ciertos integristas que no han abandonado el medioevo.

Dos mujeres compatriotas denuncian la violencia y abuso a que fueron sometidas por sus maridos, ex presos de Guantánamo refugiados en el país. Cuando un jerarca de la comunidad musulmana explica por televisión que al casarse, esas mujeres debían haber tenido sendos representantes masculinos, que defendieran sus derechos frente a las pretensiones de los maridos, ahí la verdad es que uno no entiende nada. La libertad de cultos consagrada en la Constitución, ¿autoriza a que la práctica de una religión avasalle los derechos femeninos? ¿Alguna organización de la sociedad civil emitió una declaración contra esta injusticia? ¿No estamos asumiendo una actitud pasiva y prescindente ante comportamientos antidemocráticos, escondidos detrás de estructuras de dominación disfrazadas de religiones?

Hoy nos sonreímos si una tonta jefa de protocolo italiana censura obras artísticas, pero nada decimos sobre la instalación de la intolerancia y el sexismo en nuestra propia sociedad. La libertad y el respeto a los derechos de todos no son condiciones dadas en forma graciosa. Corrió mucha sangre para que pudiéramos conquistarlos y hay que defenderlos cada día. Si no queremos más “braghettones” que censuren el arte ni violentos que aplasten derechos, tenemos que empezar por hacerles frente.

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Álvaro Ahunchain

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