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Guerra de agua

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La foto fue publicada por la esposa de Jorge Zabalza en Facebook y difundida por el diario “El Observador”. En un ambiente familiar risueño, el extupamaro empuña una pistolita de agua, mientras su pareja advierte que le regaló ese juguete para recibir a Amodio Pérez. Creo que no hay una mejor síntesis de cómo la gesta tupamara sobrevive hoy, devenida en patética farsa.

La foto fue publicada por la esposa de Jorge Zabalza en Facebook y difundida por el diario “El Observador”. En un ambiente familiar risueño, el extupamaro empuña una pistolita de agua, mientras su pareja advierte que le regaló ese juguete para recibir a Amodio Pérez. Creo que no hay una mejor síntesis de cómo la gesta tupamara sobrevive hoy, devenida en patética farsa.

Los jóvenes y adolescentes que se alzaron en armas contra la democracia mantienen intacta, en la senectud, su inconsciencia de niños y el trasfondo lúdico de su vocación violentista.

Un país preocupado por el cierre de empresas, el aumento de la desocupación y la endémica crisis educativa, asiste con sorpresa a la pelea de unos gerontes que, a pesar de estar fuertemente asociados al poder actual, ocupan su tiempo en cruzarse insultos y amenazas veladas respecto al pasado.

No debaten sobre el ya evidente error de su iniciativa violentista. Ni siquiera se preguntan si con su proceder precipitaron la caída de las instituciones y el avasallamiento de las libertades, que tan caro nos terminó costando a todos. No. Prefieren discutir sobre quién traicionó a quién, sobre por qué falló la toma de Pando... Optan por colgar convenientemente errores y conspiraciones del cuello de quienes ya han muerto. Se amenazan entre ellos: “lo mataría, le pegaría una trompada”. Se solazan contando cómo podrían haberse matado y no lo hicieron. Usan al sistema judicial para cobrarse viejas rencillas personales.

Mientras un puñado de liceales de Maldonado ganan un primer premio en la NASA y 515 estudiantes de ingeniería, hartos, firman contra la pérdida de clases por la gimnasia sindical, estos veteranos se enfrascan en su pequeño chusmerío revisionista del paleolítico inferior.

Por más que uno lee y lee, no encuentra ni un solo viso de arrepentimiento, ni el más ínfimo pedido de disculpas o expresión de vergüenza por lo que hicieron. Ni una sola mención a Carlos Burgueño, Pascasio Báez o Vicente Oroza.

Cuando uno habla de estas cosas, algún amigo filo-tupa responde con cinismo que en toda guerra hay víctimas inocentes, argumento que quizá no manejaría si esta fuera su propio padre. También hubo policías muertos, pertenecientes a la misma clase social que los tupamaros decían defender. Y también hubo guerrilleros caídos. En los últimos 30 años los han vendido como mártires de la lucha revolucionaria, en lugar de avergonzarse por lo que verdaderamente son: chiquilines manijeados para hacerse matar en lo que Lessa llamó con acierto una revolución imposible. Jorge Salerno tenía 24 años, Ricardo Zabalza 21 y Alfredo Cultelli 18.

¿Cuánto podían haber leído y reflexionado sobre lo que estaban haciendo? Ahora que quienes los usaron como carne de cañón son gente grande, ¿no podrían sincerarse y reconocer que los empujaron a una muerte absurda, como simples peones al servicio de la guerra fría? Otro argumento cínico a la moda es que no se puede analizar esa guerra sin el contexto en que se produjo. Quienes lo dicen, olvidan que Mahatma Gandhi y Martin Luther King también formaban parte de ese contexto, aunque su pacifismo tuviera menos prensa y pocos intelectuales que lo promovieran.

Para lo único que parece servir este reality superfluo de Amodio es para derribar la mística de un movimiento armado que fue contradictoriamente prestigiado por la represión y el discurso de la dictadura. Una leyenda heroica que se reversiona en su verdadero patetismo: los fierros de ayer hoy son pistolitas de agua.

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Álvaro Ahunchain

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