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Colapso intelectual

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Un gobierno que prometió certezas está haciendo exactamente lo contrario en materia presupuestal. Para evitar tensiones dentro de la interna frentista, primero renunció a tener un presupuesto quinquenal. Y ahora, cuando llegó el anunciado momento de tomar decisiones por tres años, solo se anima a hacerlo por uno. El resultado es que el país ha entrado en un estado de negociación presupuestal permanente, con la inevitable secuela de bloqueos y postergaciones.

Un gobierno que prometió certezas está haciendo exactamente lo contrario en materia presupuestal. Para evitar tensiones dentro de la interna frentista, primero renunció a tener un presupuesto quinquenal. Y ahora, cuando llegó el anunciado momento de tomar decisiones por tres años, solo se anima a hacerlo por uno. El resultado es que el país ha entrado en un estado de negociación presupuestal permanente, con la inevitable secuela de bloqueos y postergaciones.

En pocas áreas este fenómeno se ve tan claro como en la enseñanza. Hoy, martes después de un feriado, hay paro en todos los liceos de Montevideo. Mañana habrá otro paro docente de carácter nacional. Para muchos alumnos son cinco días seguidos sin clase. El número de horas perdidas sigue creciendo, con los consiguientes perjuicios para los alumnos y sus familias.

El debate en torno a los recursos para la enseñanza sigue exhibiendo la misma pobreza conceptual de todos estos años. Las organizaciones sindicales piden más recursos, enarbolando la cifra mágica del 6 por ciento del PBI. El gobierno dice que quiere alcanzarlo, aunque hace todo lo posible para postergar el cumplimiento. Pero nadie parece preocupado por el buen o mal uso del dinero. Nadie propone auditar la calidad del gasto ejecutado hasta ahora, ni nadie asocia el gasto futuro a programas de trabajo con objetivos claros y evaluables. En una palabra: se pelea por dinero y por poder, pero no se habla de política educativa.

Y aun cuando se habla de dinero, la pobreza argumental es pavorosa. Los sindicatos y buena parte del Frente Amplio repiten la cifra mítica del 6 por ciento, como si fuera la solución a todos los problemas. Pero cuando se les muestra que otros países gastan menos y tienen mejores resultados, responden que las comparaciones de gasto educativo como porcentaje del PBI son engañosas. Lo que sin duda es cierto, pero el punto es que solo lo recuerdan cuando les conviene. La estrategia general consiste en defender el 6% mientras sirve para exigir más plata, pero desecharlo como un mal indicador en cuanto aparecen comparaciones incómodas.

Las inconsistencias argumentales no terminan aquí. Ahora mismo estamos en un momento en el que la educación se presenta como el factor clave que permitirá solucionar todos los problemas económicos y sociales: si no gastamos más en educación no podremos superar la marginalidad, ni la delincuencia, ni el consumismo, ni la crisis de la familia tradicional. Aumentar el gasto educativo es la única solución eficaz.

Dentro de poco tiempo, en cambio, cuando se pidan resultados que guarden alguna relación con el esfuerzo económico realizado, la escuela y el liceo nos serán presentados como instituciones condicionadas y frágiles, que apenas pueden hacer algo ante la presión ejercida por la marginalidad, la delincuencia, el consumismo y la crisis de la familia tradicional. A la hora de pedir recursos, la educación lo puede todo. A la hora de mostrar resultados, se nos dirá que no hay que pedir milagros porque la escuela y el liceo no pueden hacer gran cosa hasta que no se transforme la sociedad.

Todo es muy repetido, muy previsible, muy aburrido. El debate es tan rudimentario que a nadie le importa contradecirse delante del país entero. Estamos asistiendo al colapso intelectual de quienes alguna vez se creyeron la parte inteligente de la sociedad.

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Pablo Da Silveira

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