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El cinco de oro

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Me va a tocar; está clavado que esta vez me va a tocar y entonces voy a pintar la casa y hacerle los arreglos que necesita hace tanto tiempo. Lo podría haber hecho de a pocos, con los bonos, premios y mejoras importantes de salario que tuve todos estos años pero lo gasté en tantas pavadas. Ahora, cuando me saque el cinco de oro, voy a hacer todo lo que tengo pendiente.

Me va a tocar; está clavado que esta vez me va a tocar y entonces voy a pintar la casa y hacerle los arreglos que necesita hace tanto tiempo. Lo podría haber hecho de a pocos, con los bonos, premios y mejoras importantes de salario que tuve todos estos años pero lo gasté en tantas pavadas. Ahora, cuando me saque el cinco de oro, voy a hacer todo lo que tengo pendiente.

Este gobierno, tan frenado por su entorno, tan frustrado por los papelones de su propia parentela (el título de licenciado, la esencialidad de la educación, el agujero negro de Ancap, el desfonde de Pluna, los negocios con Venezuela, las promesas electorales incumplidas etc. etc.) quiere recomponer su imagen y, a la vez, darle ánimos a un país cuya economía se está destartalando, y lo quiere hacer en base a los mismos argumentos y razonamientos que el ciudadano imaginario del comienzo. El gobierno está apostando a sacarse el cinco de oro: que haya petróleo, que los finlandeses construyan otra pastera; es un éxito a cuenta. Cuando eso ocurra, dice el gobierno (y reza para que efectivamente ocurra), el sol va a brillar para todos, volverá la abundancia de regalo, no tendremos que esforzarnos mucho, sólo manejar juiciosamente -más juiciosamente que en el pasado- la bonanza de obsequio que nos brindará, en un caso, la madre naturaleza desde el fondo del mar y en el otro Finlandia desde su tecnología nórdica.

En el caso de la nueva pastera parece que vamos a tener que hacer algo: reparar las carreteras destruidas y reconstruir el ferrocarril inexistente, dos obras públicas que los uruguayos hemos precisado para nuestro desarrollo, cuya falta padecemos hace añares y que se vienen reclamando por todos los medios sin resultado alguno; los gobiernos frenteamplistas no las hicieron para atender a las empresas uruguayas y sus necesidades, ahora parecen dispuestos a hacerlas para la empresa finlandesa.

Ojalá que estos grandes proyectos se concreten. Con todo, da un poco de tristeza ese brillo de esperanza que hoy se esboza en los encapotados ojos de Vázquez. Es el mismo brillo del que espera solucionar todos sus problemas con el cinco de oro. ¡Qué poca fe en el trabajo cotidiano de los uruguayos librados a sus propios recursos! ¡Tan poca confianza en que sea el esfuerzo del día a día, honestamente vertido en el surco, lo que nos conducirá el progreso y el desarrollo! ¡Qué escasa valoración de las posibilidades del Uruguay que tiene este gobierno!

La esperanza del Uruguay frentista está en el golpe de suerte que arregle lo que el gobierno de ellos ha sido incapaz de manejar. Incapaz de manejar cuando sobró la plata: mucho menos ahora que está empezando a faltar.

Son profesionales del traslado de responsabilidades, del reclamo lloroso y permanente, del clientelismo desabrochado (60.000 nuevos empleados públicos), del miedo a entrar en tratados internacionales que nos puedan plantear exigencias, del palabrerío demagógico interminable y siempre repetido, del jacobinismo que desconfía de los otros partidos y aleja las partes.

Han dejado un Uruguay analfabeto, que no sabe leer ni escribir ni menos aún pensar: que solo está capacitado para el trabajo bruto, no calificado y mal pago; que no atina a divisar en el horizonte otra luz sino la ilusión de sacarse el cinco de oro: el petróleo o la nueva pastera. ¡Qué miseria! ¡Festejen uruguayos!

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Juan Martín Posadas

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