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Carne y fútbol

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El pase Luis Suárez costó unos US$ 80 millones. Y todo el Uruguay habló meses de ello. Hace unos días, la planta frigorífica más moderna del país, la primera construida de cero en medio siglo, que da trabajo a más de 700 personas, se vendió por casi el doble. La repercusión, como es obvio, fue mucho menor.

El pase Luis Suárez costó unos US$ 80 millones. Y todo el Uruguay habló meses de ello. Hace unos días, la planta frigorífica más moderna del país, la primera construida de cero en medio siglo, que da trabajo a más de 700 personas, se vendió por casi el doble. La repercusión, como es obvio, fue mucho menor.

Aunque no parezcan tener mucho vínculo, la carne y el fútbol estuvieron muy presentes en la ceremonia de traspaso del BPU Uruguay a la japonesa Nippon Ham, un gigante que está entre las cuatro empresas de alimentos más grandes del mundo y que, entre otros intereses, es la dueña del Cerezo Osaka, equipo en el que jugó Diego Forlán en su periplo nipón. Y el principal ejecutivo asiático presente, Hiroji Okoso, hijo del fundador, cerró el acto diciendo que la carne uruguaya sería a partir de ahora tan poderosa en el mundo como el fútbol uruguayo.

Todo muy lindo. Pero esto no es una página empresarial, y la mención al evento busca poner la lupa sobre un par de temas álgidos de la realidad nacional.

El primero tiene que ver con el público presente. Había productores, rematadores, consignatarios, gente de todas las ramas de una de las principales industrias de exportación del país. En las charlas quedaba en evidencia la expectativa ante la llegada de esta empresa, ya que en un mercado relativamente cartelizado como el de la industria frigorífica, muchos esperan que los japoneses con su estrategia global rompan ciertos códigos y habiliten mayor valor para el ganado local. Por lo pronto, parece un paso definitorio para abrir el mercado japonés, donde se paga el precio más caro del mundo. Sin mencionar los cambios que podría generar en la producción, ya que el tipo de carne que demandan los mercados a los que accede esta empresa implican más valor agregado.

También estaban allí los representantes del sindicato, compartiendo sin mayor conflicto las bandejas de brochettes y carpaccio con esos empresarios y estancieros que suelen ser pintados como la quintaesencia del clasismo discriminador. No solo eso, sino que en un momento el autor pudo ver la entrega bastante emocionada de una plaqueta o un cuadro a una señora que sería la secretaria del empresario inglés Terry Johnson, quien empezó el frigorífico, y que no pudo estar presente por temas de salud. Todos eran contestes en recalcar el buen vínculo entre Johnson y los trabajadores, para quienes construyó, entre otros beneficios, un enorme y moderno gimnasio de boxeo, su deporte favorito.

Este golpe al mentón del concepto de lucha de clases, pudo ser comprobado en persona por el director de Trabajo, Juan Castillo, quien junto con el subsecretario de Ganadería Enzo Benech, fueron los únicos representantes del gobierno uruguayo en el evento. Una representación sorpresivamente magra para la magnitud del acto. Ni el ministro de Trabajo, ni la de Industria, ni la de Turismo, ni el presidente en funciones, Raúl Sendic, consideraron importante estar allí. Es verdad que el presidente Vázquez está de gira en Egipto con buena parte de su equipo, pero Sendic tuvo tiempo de recibir a María Noel Riccetto y posar con su reciente trofeo ruso. ¿No daba para pegarse una vueltita por Durazno y sonreír para esta otra foto tan importante?

Quien conozca un poco de la cultura japonesa, sabe que ese tipo de detalles jerárquicos, son trascendentes para su forma de ver el mundo.

Esto parece revelar la vitalidad de los prejuicios que mantiene buena parte de la sociedad uruguaya, y especialmente muchos dirigentes del oficialismo, respecto de la actividad agropecuaria. De la cual solo parecen acordarse de vez en cuando para hacer algún comentario sectario sobre el estatuto del peón rural, más propio de una canción de Zitarrosa de los 70 que de la realidad actual.

Por ejemplo, esta misma semana, un diario montevideano publicaba una extensa nota sobre un nuevo libro de geografía que, según su título, alerta sobre el “peligro del crecimiento del agronegocio”. Palabra patentada en Brasil para definir al opuesto cruel y mercantilista de lo que sería una sensible y humana “producción familiar”.

Es raro, porque casi todos los países que están en punta en el índice de desarrollo humano, de protección al medio ambiente, y que tienen alguna semejanza de escala con Uruguay, se han desarrollado gracias a alguna forma de agronegocio. Nueva Zelanda, Costa Rica o Finlandia, todos tienen a la oveja, a la banana, a la madera, como emblemas de su producción. A partir de allí han desarrollado otras actividades, pero ninguno reniega de sus raíces.

En Uruguay, por el contrario, hay muchos que siguen creyendo que el agro es como una rémora productiva, solo útil para sacar recursos con los cuales financiar otras actividades que no logran ser competitivas en el mundo por sí mismas. Como cuando en el fútbol algunos sostienen que estamos condenados a jugar colgados del travesaño y pegándole de punta para arriba. Así como Nueva Zelanda es potencia global en rugby o vela, y se desarrolló en base a su agro, ¿por qué deberíamos estar condenados a ser menos?

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Martín Aguirre

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